21 diciembre 2025

Dislexia Intergaláctica

El silencio anormal en Pantallazul siempre era preludio de desastre. Esta vez, fue la montaña de escombros junto al transformador la que estalló hacia arriba. De entre el polvo emergió, flotando con calma, un ser pequeño de orejas puntiagudas. Aterrizó sobre una losa, abrió los ojos y declaró:

—Hmm… De la destrucción, emerger, un maestro debe. Imponente, la lección, es.

La lección, en la práctica, fue alfombrar de mugre radiactiva la colada impecable que Charo había tendido esa mañana. Manolo, testigo desde su trono de plástico, escupió un trozo de tocino y se plantó en seco.

—¡Ouye, tú, sapillo con ruedas! ¿Pero qué modales de cucaracha en bata de seda son eses, carallo? ¡Que me deichaste la ropa interior de la Charo hecha un Cristo! ¿Sabes la bronca cósmica que me va a caer por culpa de tu teatro? ¡Eso no se hace, meu rei!

Yoda giró hacia él. La solemnidad de su entrada se estampó contra el muro de indignación gallega. —Sutilidad, a veces, la Fuerza, carece. Importar, más, debería.

—¡Lo que tú careces es de sentidiño y de un diccionario bien abierto, caracol con diplomas! —rugió Manolo, señalando el desastre—. Y encima, me hablas como si te hubieran mezclado las palabras en una batidora. ¿“De la destrucción, emerger, un maestro debe”? ¡Pero qué manera de liar la sintaxis, bicho de feria! Lo normal es: “Un maestro debe emerger de la destrucción”. ¡Tienes la cabeza como un nido de avispas, todo revuelto!

Manolo se acercó al pequeño ser y, con esa confianza que solo da el que cree saberlo todo, le agarró un codo con firmeza mientras le hablaba de cerca:

—Escúchame bien lo que te digo, viche, que esto te lo digo por tu bien —le dijo Manolo dándole un par de toquecitos en el codo para que prestara atención—. A ver, saltamontes filosófico, hagamos una prueba. Di algo sencillo. Como: “Manolo, tengo sed”.

Yoda, queriendo demostrar su dominio, frunció el ceño. —Hmm… Sed, yo… tener… Manolo.
Manolo se paró en seco. Se llevó la mano lentamente a la barbilla, con cara de mecánico que descubre que el motor tiene los cables cruzados.

—Hostia… Está clarísimo. Eres disléxico de la galaxia. Lo tengo. No es que seas misterioso, es que tu cabeza baraja las palabras como si fueran una baraja española. Agarras el verbo y lo escondes al final. ¡Eres un trastorno del habla interestelar, bicho sabihondo! ¿En tu templo no teníais logopedas, rapaz?

—¿Dis… léxico? —preguntó Yoda, genuinamente descolocado.

—¡Sí, disléxico, gusano de biblioteca! —exclamó Manolo, volviendo a sujetarle el codo con fuerza—. Mira, fíjate lo que te digo: si ves un letrero que pone “PELIGRO: DERRUMBE”, tú lees “GORELIP: REDRUMBE” y te metes debajo a hacer meditación. ¡Por eso tu Fuerza va más torcida que una cornamenta de cabra! Le das las órdenes del revés. Si le dices a una piedra “Flotar, tú”, la piedra, que es de aquí y es cabezota, piensa: “¿Flotar? Yo aquí estoy bien, gracias, dame un martillazo y verás”. ¡No os entendéis, grillito verde!

Yoda se quedó sentado en su losa, viendo cómo novecientos años de mística se hacían añicos ante el diagnóstico de un tipo con camiseta de tirantes y resaca de orujo.

—¿Y… solución, hay? —preguntó, con un hilo de voz.

—¡Claro que hay, bicho bonito! ¡En Pantallazul reparamos de todo! —anunció Manolo, sacando su botella de plástico—. Paso uno: Aflojar el tornillo de la lengua. Con esto. —Le encajó la botella en la mano—. Orujo de hierbas, del bueno, del que me trae mi primo de Chantada. Esto te pone las letras en fila, de la A a la Z, y sin repetir.

Yoda bebió un trago. Un escalofrío le subió desde los pies hasta las puntas de sus orejas. —¡Ghuuaaah! ¡Como una supernova en el duodeno!

—Eso, eso, ya vas encarrilando, larva iluminada. Paso dos: Terapia de postura. Estás tan encorvado que las palabras te salen hechas un nudo. Endereza el espinazo, carallo. No puedes hablar recto si pareces un signo de interrogación con túnica.

Tras unos crujidos que sonaron a avería estructural, Yoda se enderezó un palmo. —¿Así… mejor?

—Algo es algo, oruga con estudios. Ahora habla. Prueba con algo útil. Como: “Pásame ese sacho”.

Yoda, haciendo un esfuerzo que arrugó toda su cara, probó: —Hmm… El sacho… pasar… puedes.

Manolo se palmó la frente. —… Bueno, el verbo y el objeto ya los tienes, bicho de feria. Vas progresando adecuadamente. Ahora, demuestra esa Fuerza tuya, pero bien dirigida. Coge el sacho, y en vez de querer doblar la realidad con la mente, dobla el cable con los brazos. Esa es la fuerza universal que manda aquí.

Echó una mirada al fondo del desguace, donde el Verdino —aquel gigante esmeralda hipervitaminado que Manolo insistía en presentar como "un sobrino de Ponferrada que se pasó con los batidos de proteínas"— estaba apilando contenedores como si fueran piezas de Lego. —¡Ouye, Verdino! —bramó Manolo—. ¡Deja de jugar con los ferros y tráete una banqueta para el Gusiluz, que se nos va a herniar de tanto pensar la frase! Mira y aprende, bicho verde: este será canijo, pero para pelar el cable fino tiene unos dedos que parecen pinzas de marisquero. Entre tus riñones y su paciencia, aquí me monto yo un imperio del reciclaje en tres domingos.

Y así, el Maestro Yoda, diagnosticado con dislexia intergaláctica y apodado “el Gusiluz” por el Cuñado Omega, se puso a sacar cobre bajo una tutela férrea. Aprendió que el verdadero camino al lado luminoso empieza con las palabras en orden y termina con un cocido que te devuelve el alma al sitio, carallo.

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