El Aston Martin plateado entró en el desguace Pantallazul echando más humo que la parrillada de las fiestas del Carmen. Se detuvo derrapando frente a la montaña de cobre donde el Gusiluz (Yoda) pelaba cables con precisión quirúrgica. Al fondo, junto a las naves de repuestos, se veía una figura imponente de negro moviendo vigas de acero de tres toneladas sin mover un dedo.
Era Darth Vader, que desde que Manolo le convenció de que la Estrella de la Muerte tenía "mucho puente térmico", trabajaba de encargado de logística colocando las estanterías con la Fuerza.
De la cabina del coche salió un tipo ajustándose los puños de un esmoquin que costaba más que todo el desguace. Tenía cara de pedir el agua mineral por su nombre de pila y la mandíbula tan apretada que podría haber cortado diamante.
—Busco a Q —dijo el recién llegado con flema británica—. Mi vehículo requiere asistencia inmediata.
Manolo, que estaba intentando abrir una lata de berberechos con un destornillador plano, ni siquiera se levantó de su silla de plástico de propaganda de Cruzcampo. Entornó los ojos, miró el coche, luego el esmoquin, y finalmente la cara de estirado del conductor.
—¡Ouye, Darth! —bramó Manolo—. ¡Deja las estanterías un momento y ven a ver al Santi este, que dice que busca a un tal "Cu"!
El agente frunció el ceño, ofendido. —Perdone, ¿Santi? No me llamo...
—Mira, rapaz —le cortó Manolo con un gesto de la mano sucia de grasa—, traes la misma cara de mala leche, el mismo peluquín engominado y el mismo coche de "mírame y no me toques" que el Santi el de la Gestoría, que venía aquí a por piezas para un Jaguar hasta que se lo llevó la Guardia Civil por un lío de facturas de piensos. Así que para mí, eres el Santi. Y si no te gusta, me hablas en gallego, que nos entendemos mejor.
Vader se aproximó con su respiración mecánica, haciendo que su capa barriera el polvo radiactivo de la colada de la Charo. Se detuvo frente al invitado y, tras una pausa tensa, soltó por el modulador: —No hay ningún "Q" aquí. Solo estamos Manolo, el personal de mantenimiento... y el orden que impone mi jerarquía.
—¡Exacto! —exclamó Manolo—. ¡Ouye, Santi Bond! Aquí no hay cu-es ni historias. Aquí hay un "Yo", que soy el que manda, y un "A ver", que es lo que vamos a hacer con este coche de juguete. ¡Pero si esto es una jaula de grillos con ruedas, meu rei!
El agente intentó mantener la compostura mientras señalaba los paneles ocultos. —Es un vehículo con blindaje nivel siete y aceite deslizante en los eyectores.
Manolo soltó una carcajada que hizo que el Verdiño levantara la cabeza desde el rincón donde estaba prensando lavadoras. —¡Aceite deslizante dice el artista! Eso lo que tiene es una pérdida en el retén del cigüeñal que te la arreglo yo con un trozo de cámara de tractor y dos bridas. ¡Darth, dile tú lo que opinamos aquí de las corazas finas!
Vader sentenció: —La capacidad de destruir un planeta es insignificante comparada con el poder de un tornillo pasado de rosca. Manolo tiene razón: su vehículo es una debilidad estructural con ruedas.
—¡Lo ves, Santi! Hasta el de la cafetera en el pecho lo ve claro. ¡Gusiluz! ¡Ven aquí, rapaz! Mira lo que dice el Jaimito este. Que tiene un láser de precisión en el reloj. A ver, bicho verde, enséñale tú lo que es un corte de los buenos.
Yoda se acercó, le dio un trago a su botella de orujo de Chantada, y con un chasquido de la Fuerza, hizo que un cable de alta tensión se pelara solo. —Láser, juguete para gatos, es —dijo Yoda con desprecio—. El cobre, respeto, exige.
—¡Vaya equipo tengo, Santi! —Manolo agarró al agente por el codo con firmeza paternalista—. El uno que te pela el cobre, el otro que me coloca las estanterías sin escalera y el sobrino de Ponferrada que me hace de gato hidráulico. ¡Verdino! ¡Levántale el culo al coche del Santi!
Hulk levantó el Aston Martin como si fuera una caja de zapatos. El dueño palideció. Manolo se metió debajo y empezó a sacar cables con la mano desnuda.
—Mira, Santi, te voy a anular los misiles, que eso solo sirve para que te multen los de verde, y te voy a poner una bola de remolque de las buenas. Y ese Martini que tomas... ¡Eso es una guarrada! Darth, dale un poco de lo tuyo al invitado.
Vader le tendió un vaso de plástico lleno de orujo de la casa. El hombre bebió. Sus pupilas se dilataron hasta el tamaño de monedas de dos euros. —Dios mío... —susurró—. Siento... siento la Fuerza.
—No es la Fuerza, es el grado alcohólico, miñaxoia —concluyó Manolo—. Venga, Gusiluz, ayúdale al Verdino a bajar el coche. Le vamos a poner unos neumáticos de invierno de los que le quité al Land Rover del cura. Con eso y un buen sacho en el maletero, ya verás cómo no te gana ningún villano, carallo.

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