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miércoles, 27 de octubre de 2021

Rayas en el suelo

Piensa en esa galleta que mojas en el café y cuando estás a punto de llevarla a la boca se rompe, cae y te salpica dejándote con la boca abierta y la camisa llena de lamparones.

Bien, esa galleta es mi trabajo: siempre cerca de algo dulce, pero con un final invariablemente sucio. Supongo que ahora podrás entenderme, al menos un poco.

Joder, que estoy en edad de ponerme gafas para elegir el vino y todavía me las cuelan por la escuadra. Alma de cántaro… Vuelvo a salpicarme una vez y otra con la puta galleta.

Admito haber tenido unos años de paz, sólo enturbiados por algun@s trepas que molestaban lo justo, pero en definitiva años de paz y tranquilidad. Eso sí, palito a palito nuestros ambiciosos amigos se fueron haciendo un nido cerca de la jefa. Aunque insisto, no molestaban mucho. Tan poco que llegué a pensar que el equilibrio era para siempre.

También reconozco que con el tiempo la jefa dejó entrever algún detalle feo, siempre atendiendo a los habitantes de los nidos antes que al resto, pero no le di mayor importancia. Tonto que soy. Y digo tonto porque tengo motivos. Me explico: nuestra abeja reina ha organizado un viaje con “Team Building” y polladas de esas. Y hasta hoy siempre hemos ido todos. Aclaro "hasta hoy" porque esta vez ha sido distinto. 

La jefa ha salido del despacho para trazar una raya en el suelo que ha partido el departamento en dos: a un lado los que van (el 70%) y al otro el resto, los que no. Sin criterio nítido. Ni escalafón, ni antigüedad, ni nada: simplemente los que molan y los que no. Podía maquillarlo con alguna excusa, pero pa qué. Con la raya quería transmitirnos algo, pero la claridad del gesto es tan brutal que produce vergüenza ajena.

Estoy fuera. No me apetece ir -y menos con algun@s de ellos-, y aún así jode que te lleven a empujones al montón de los tontos. Que soy un paria ya lo sé, coño. Pero señalándome así, poniéndome el índice entre los ojos, toda la caja de galletas se acaba de estampar en el café. Otra vez, pero de forma aún más violenta.

¿Soy un gilipollas? Pues claro. El enésimo final sucio y me sigo sorprendiendo. No sé si llegaré a aprender la lección, pero visto lo visto deduzco que no. Por eso soy gilipollas, porque ando en círculos y no me doy cuenta. Soy gilipollas en mayúsculas cada vez más grandes.

Que si, que sin duda la raya tiene algo de lógica de colmena. Que la jefa se lleva su enjambre de pelotas: visitantes habituales del despacho, reidores de gracias, etc. Lo fácil. Gente zumbando a su alrededor que le recuerda lo guapa y lo lista que es. Pero aún así, duele. Nunca me han gustado los desprecios, y con los años no mejora. Me siento un poco triste. 

Así que aquí me tenéis, rodeado de individuos arrastrando maletas que nos miran condescendientes desde su lado de la raya. Recuerdan a los niños bien del instituto: calibrando de arriba abajo a los más humildes. Pues hala, buen viaje. Y cuidado con los aguijones, que hay muchos y esas reuniones tienden a convertirse en camas redondas de picotazos.

Se ha hecho el silencio. Los importantes ya se han pirado y quedamos unos pocos trabajadores grises aislados tras nuestro particular muro de Berlín.

Apoyo la cabeza en la mano y observo los puestos vacíos. Me doy cuenta de que siempre enfoco mal. Que si justicia, que si merecimiento… que esto es puta la jungla, joder!!!

Porque si te persigue un león y eres una cebra, no es necesario correr más que el león, sólo más que otra cebra. E incluso puedes empujarla atrás. 

Todo vale para triunfar. Sin excepción.

martes, 6 de julio de 2021

El Mercedes antiguo

 

Hoy toca día chulo. Voy a hacer una entrevista de curro desde el lado bueno de la mesa. Juzgaré la valía de alguien y seré justo. Jugaré a ser Dios un rato.

En fin... que no. Que ni Dios ni leches. Me han mandado un candidato que conoce a no sé quién. Ha saltado todos los filtros de una tacada y aquí está, en la entrevista definitiva.

Me cuesta no prejuzgar. Imagino un niñato con aires de triunfador, de yuppie o algo así. Veintitantos tiene y se ha calzado perfiles mucho más potentes porque conoce a alguien. Estoy de una mala hostia que no veo porque al final se queda tras la puerta el que sabe y se la abrimos al que tiene contactos. Puta vida.

Le veo acercarse por el parking. Es alto y desgarbado y anda como un pistolero en una emboscada. Presenta una estudiada imagen de intelectual: traje arrugado, barbita, gafas de pasta. Hasta aquí, todo previsible.

Bueno, al tema, que llama a la puerta.

Saluda sin ganas, se sienta sin permiso y me mira casi desafiante reclinado en la silla. Ufffff. Mal empezamos.

Hablar con él es un coñazo. No se calla ni debajo del agua y me pone nervioso con su sonrisita obsequiosa y palabrería pedante. Usa un gesto que se nota ensayado ante el espejo: saca morros y achina los ojos, haciéndose el concentrado. Asiente lentamente con la cabeza ladeada. Menuda patada en la boca tiene...

Y hace otra cosa que me jode un huevo. Siempre me da la razón. Todo se la suda de forma mecánica. No sé expresarlo, pero es como cuando paseo con mi perro. Me muevo y se mueve. Me paro y se para. Cansa. La pierna me tiembla de la tensión.

Paso el dedo por las líneas de su CV y leo en voz baja los cursos de pago a los que ha asistido. Sigue asintiendo de medio lado. Pero hablando con él es cuando llego a la mejor parte.

- Así que canalla, rebelde y soñador…

- Justo.

- Y el señor ese del Mercedes antiguo?

- Es papá (pronunciado popó), que me ha traído a la entrevista.

Le despido con amabilidad, deseando que cierre la puerta antes de que se me escape una coz. Pedante engreído. Niñato.

Suena el teléfono al tiempo que el cierre de la puerta. El jefe. Quiere saber qué tal le ha ido al sobrino de presidente. Excelente, como no podía ser de otra manera. Qué coño voy a decir. Al final es o él o yo.

Cuelgo, tomo una pastilla contra la acidez y suelto una patada brutal a la papelera. Qué descanso, coño. Salto a la pata coja mientras veo al niñato chochar los cinco con el señor del Mercedes. Puta vida.


* - Que es broma. Pero podría ser cierto.


lunes, 15 de junio de 2020

En mi hambre mando yo



Nos han convocado a un Away Day. Un día de esos en que te llevan al campo a hacer el garrulo para generar team-building, o hacer equipo, o como lo quieran llamar en ese lenguaje fashion-gilipollen de las multinacionales.


Dudo que el Away Day vaya a ser un Guay Day. Nos llevan un par de días a un pueblo de playa, turístico, molón. Caro. Hasta ahí, bien. Pero tenemos que dormir en habitaciones compartidas. Como en el cole, pero con canas y lorzas.
Tan indeseable oferta no es aplicable a todos. Los directores -por algún privilegio feudal- dormirán en habitaciones individuales. Rayas en el suelo que separan categorías. Ellos pueden roncar o tirarse pedos a solas.

Se ha generado una polvareda importante. Corros con gente levantando los brazos ofendida por semejante desprecio. “O para todos o para ninguno”, “pues yo no voy”.
Semejante ofensa será defendida con el puño en alto. O no. Lo digo porque nos han mandado un correíto solicitando que confirmemos quien va o no.

Y aquí, el Quijote de barrio, la ha vuelto a liar. He dicho que no sin mentir ni poner excusas. Y he encontrado un páramo de silencio. Nadie se pronuncia –ni se niega a ir-, y ya no veo corros ofendidos. Me pierdo en decisiones heroicas que no tienen mucho sentido. A lo mejor hasta me gano una hostia gratis.

Como soy un idealista, me da por pensar en mi admirado José Luis Sampedro. Le recuerdo en una entrevista en la tele contando una anécdota escrita por Salvador de Madariaga en su libro "España". La historia se refiere a las vísperas de las elecciones de 1935 en un pueblo de Andalucía.
El señorito del pueblo, para comprar los votos de los jornaleros desempleados, mandó a uno de sus mayorales a la plaza de la localidad a darles instrucciones para votar al candidato recomendado por el cacique, al mismo tiempo que daba a los que no tenían trabajo uno o dos duros. Hasta que tropezó con uno en concreto, que le tiró las monedas al suelo y le dijo al enviado del señorito: "en mi hambre mando yo".

Como afirmaba Sampedro, al referirse a esta historia, ¿Qué se le puede decir a un hombre que no tiene nada? "Pues muy sencillo, que sea consciente, que tenga libertad interior y que se apruebe ante sí mismo", con honradez y con dignidad.

No hay nada como ser y sentirse libre. Aunque sea para llevarse hostias. 

lunes, 2 de marzo de 2020

La Emergencia espontánea del orden. O lo que coño signifique eso.




Dios nos habla a veces tan claro, que parecen coincidencias.
Doménico Cieri Estrada




Os contaré una anécdota de esas que me molan: Anthony Hopkins, el actor, fue contratado para hacer la peli “Mujer de Petrovka”. Nada más enterarse de su nuevo papel salió a comprar la novela en que se basaba el guión pero no la encontró en ninguna librería. 
Luego, al regresar a su casa en metro, encontró ese libro, justo ese, abandonado en un asiento. Por supuesto le pareció una casualidad extraordinaria. Pero lo más asombroso fue que el libro que encontró, totalmente subrayado, era del autor de la novela, George Feifer, que lo había perdido.

¿Flipante? Quizá no tanto. 
Hay una teoría, chunga para mí, llamada Emergencia espontánea del orden. Resulta que el psicólogo Gustav Jung, el físico Wofangan Pauli y el escritor Arthur Koestler han coincidido en atribuir las coincidencias significativas -lo que otros conocemos como casualidades- a la intervención de un principio universal no causal que opera con total independencia de las leyes físicas conocidas. 
Un principio que se revelaría a través de las casualidades altamente improbables y con sentido para sus protagonistas. Esta “ley” sería como un principio rector de nuestras vidas, nos llevaría del caos al orden y guiaría nuestros pasos o nos salvaría en momentos de peligro.

Así que hay “casualidades altamente improbables”… Veamos.

Creo que en algún post anterior confirmaba mi retorno a la vida normal, a un trabajo como todos. Confirmo también la existencia de algún imbécil de gran calibre. Que es y está, pero estoy vacunado de esas cosas después de tanto Borja Mari soportado. 

El espécimen trepador de aquí tiene figura de señora de buen comer con voz de pito. No pide ni solicita, ordena. Monserrat Caballé en edición poligonera. La Montse, qué cojones.

Gracias a Dios no compartimos terreno de juego y me limito a sentirla de lejos, unas pocas mesas detrás de mí. Ufffff, me ha pasado rozando. 

Menos mal. Porque los tics de la Montse me resultan reconocibles. Mucho. Los he visto antes en otro sitio. Es de esas que cuando acaba el curro toma copas o cena con la autoridad competente. Con su jefa, vamos. Cualquier día entre semana. Muchas mañanas percibo un color amarronado en la comisura de sus labios. De tanto comerle el culo a la autoridad. A la competente.

En el fondo lo que me llama la atención es lo de arriba, eso de las casualidades raras. Porque como dicen esos señores importantes, hay un orden oculto. La Montse cayó por aquí con la consultora para la que trabajaba. Podrían haber contratado a cualquier otra consultora del planeta, pero no, tocó esta. E incluso desde su empresa, podían haber mandado a otras personas. O aún mejor, podrían no haberla contratado.
Porque la Montse venía a implementar un proyecto y al final se la quedaron. Craso error. 
No fue la única a la que adoptaron en mi departamento, pero de la tropa con la que vino era de largo -y sigue siendo- la persona más despreciable. Dos de sus “compañeras” ya han sucumbido a sus maneras y después de derramar demasiadas lágrimas incontroladas han pedido la cuenta y se han largado. Bien por ellas, que han vuelto a sonreír. Otros pobres a su servicio que todavía circulan por aquí ya sufren dolores estomacales que apuntan a úlceras.

Y vuelta a la casualidad. No lo vais a creer, pero la Montse es amiguita de Borja Mari. Resulta que nuestro despreciable amigo y la Montse trabajaban juntos hasta el día antes de venir a mi departamento. Definitivamente la aguas fecales del destino circulan por tuberías comunes. Se juntan en el mismo sitio. El antro de donde viene debía ser para verlo con estos dos. Granja urbana de joputas. Escrito en luces de neón.

Me enteré de milagro. Un día, volviendo de comer, una compañera mencionó a Borja Mari. La Montse, que estaba delante, puso cara de interés. Iba a decir algo, pero en el mismo instante otra compañera definió a Borja Mari como “un cabrón” y especificó que la autoridad competente le definía como “un hijo de puta” y que no podía ni verle.
La Montse estaba a punto decir algo cuando escuchó las palabras mágicas. Tenía la palabra ya engranada en la boca y la dejó a medias. Apretó la mandíbula y redujo el paso para quedar por detrás de nosotros y salirse de la conversación.

Fue llegar a la oficina y confirmar mis sospechas. LinkedIn verificó una genealogía laboral común. Y de paso que las putas casualidades no existen. Que los vericuetos del destino hacen círculos y terminan en la casilla de salida.

Cagüen tó.

miércoles, 2 de octubre de 2019

La Tercera Parca

Las parcas en mitología, son cada una de las tres diosas romanas del destino. 
Se representaban con figuras de viejas, y de ellas la primera hilaba, la segunda devanaba y la tercera cortaba el hilo de la vida humana.


Hoy me ha dado por hojear una revista corporativa que nos envían de vez en cuando. Sin querer me he detenido en un artículo sobre uno de los directivos de la entidad. Algo me llama la atención y no acabo de identificarlo... Miro y remiro sin saber lo que es. Por fin lo veo. Su pelo. Su pose. Impecables ambas, sobre todo la melenita, que es de anuncio de champú. Ni un puto pelo descolocado. 

La viva imagen del directivo moderno, enérgico, guaperas, de sonrisa blanqueada como los sepulcros de Jesús. Cuenta banalidades, estupideces vacías sobre ratios, estrategias y productividades. Y mientras tanto no puedo evitar fijarme en sus fotos poniéndose la chaqueta, cruzando la calle y sentado en su poltrona. Siempre mirando fijamente a la cámara, con aire sexy y el flequillo engominado. Vago de mierda.

Suelo buscar algún tipo de conclusión cuando veo cosas de estas. Hoy no. Sólo puedo decir que el artículo mola, que le representa y le hace justicia. Imagen. Posturas. Poses. De todo menos currar. Pertenece a esa nueva casta de reyes del pasillo que tiran de los hilos de tu vida casi sin notarlo.

Las nuevas Parcas llevan traje de sastrería y no nos hemos dado cuenta.

Actualización - He encontrado el documento gráfico. Impagable la foto del colega.  Se le ve tan currante como es.



lunes, 30 de septiembre de 2019

La cortina





El olvido es el verdadero sudario de los muertos.
-George Sand.



Últimamente está preocupado porque algunas veces -pocas- piensa que de haber sido un poco más honesto, un poco más cercano, el móvil que tanto mira podría sonar con la llamada de algún amigo. Pero no suena, aunque constantemente revisa el volumen del timbre.

Piensa que debería haberlo visto, que si hubiese hecho tal o cual movimiento lo habría evitado. Pero el entramado del destino es tupido, y a veces no vemos lo que tenemos delante. No se explica que le hayan despedido. A él, que aterrorizaba empleados hablando en susurros mientras tomaba notas en su libreta.

A él, que siempre ha llevado la sartén por el mango y que en todo momento ha demostrado mayores capacidades que sus jefes. Se dice a sí mismo que es un error, que es temporal. Por eso prefiere quedarse en casa. Es humillante que los vecinos te vean así, desocupado y sin poder, sin ningún sitio a donde ir. 

Volverán las vacas gordas. Tarde o temprano todo se arreglará. Seguro. Entretanto se acuerda de alguien a quien despidió –el nombre ni lo sabe ni le importa-, pero recuerda que mientras firmaba su despido le dijo con voz firme que "se necesita más talento para saber perder que para saber ganar". La frase le resuena por la cabeza mientras coloca cuidadosamente la cortina. Con aire pensativo se acaricia el flequillo y comprueba una vez más el timbre del teléfono.

PD – Dedicado a uno de los estrategas del hundimiento de mi antigua empresa. Es el l listo del flequillo del que ya hablé antes, el ejecutivo que más gasta en peluquería. Está en su puta casa. Sorprendido, se acaba de dar cuenta que los que tanto le sonreían por los pasillos no le aprecian. Vaya por Dios.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

La Experiencia Laboral

Mientras ella repasaba con la vista el curriculum, el candidato permanecía en silencio. A sus veintipocos, confiaba en la presencia que le otorgaban su traje a medida y el pelo engominado. Levantando la mirada del documento se dirigió al candidato y dijo:

- Ciertamente un buen curriculum, pero me gustaría que ampliases un poco la información sobre tu último trabajo, en el que indicas que has estado más de 10 años. ¿Qué puedes contarme al respecto?

Se miró las uñas con ojos entrecerrados antes de responder.
-Na. Lo de siempre. Dirigiendo multinacionales, fusionando compañías petrolíferas y eso. Ya te he dicho que soy muy flexible. Soy el Rambo del management, el terror de las empresas ineficientes.

-No, si ya... Pero veo que defines tu actividad principal como "cremento". ¿A qué te refieres?

-Pues a eso, a que básicamente he sido un cremento toda mi vida laboral.

-¿Podríamos decir que eres un ex-cremento?

-Sin duda. Soy el mayor excremento que nunca haya trabajado en una empresa.

lunes, 23 de septiembre de 2019

El precio de las cosas

Ya se han terminado las vacaciones de verano. He tomado muchas cañas mientras charlaba con amigos actuales y con otros que hacía tiempo que no veía. He sido razonablemente feliz y sigo pensando que esa es la esencia de la vida, compartir ratos desinteresados con gente a la que quieres y volver a casa con la sonrisa puesta.

Por eso, con la vuelta a lo cotidiano me pregunto si los abundantes y ambiciosos trepas se han planteado que todas las fantasías que les brinda el poder del dinero, absolutamente todas, las obtienen PAGANDO.

Existe una sutil diferencia entre pasar y pagar un buen rato. No se trata de pagar las cañas, sino de tener con quien tomarlas. 

lunes, 9 de septiembre de 2019

El curso

Nueve de la mañana. Una academia en el centro de Madrid, y 10 personas sentadas en sillas que forman una “U”. En la base de la U, un señor con traje trabaja silenciosamente en una cámara de video. En el extremo opuesto, una tarima elevada.

Estamos en el “Curso de Presentaciones Eficaces”. El nombre es tan rimbombante que seguro que nos convertiremos en ejecutivos agresivos.
Nos conocemos de vista -somos de la misma empresa-, pero nadie dice nada. Nos miramos esperando acontecimientos.

El de la cámara termina, pasa lista desde el centro de la sala, y nos anuncia que vamos a salir uno a uno a la tarima a presentarnos mientras nos graba en vídeo. Como cerdos al matadero. Tenemos tres minutos para presentarnos y contar quienes somos. Afortunadamente no fui el primero, por lo que tuve algo de margen. A unos les tembló la voz y a otros nos temblaron las manos, pero todos pasamos por el aro. La experiencia nos permitió conocer el ridículo en primera persona del singular.

Mientras llegaba mi turno, me fijaba en lo que hacían los demás para intentar aprender. Me di cuenta de que el discurso era uniforme: –Hola, me llamo Pepe, y trabajo en el departamento de no-se-qué dirigiendo cosas muy importantes. Antes estuve en el departamento de no-sé-cuantos y también dirigía cosas muy importantes-. Todos directivos con grandes responsabilidades. Ratas de moqueta con currículos espectaculares.

Eso del currículo siempre me ha gustado. Compactar la vida laboral en pocas líneas es todo un reto. Si lo haces bien, cualquier analfabeto te podrá juzgar -y descartar- en diez segundos. 
Lo curioso era que, aunque nadie lo había pedido, las presentaciones se ceñían exclusivamente a logros laborales. La vida personal, gustos o aficiones, no aparecían. Me molestaba ver tan claras las prioridades de mis compañeros.

Por eso me presenté diciendo algo distinto: -Hola, me llamo X. Leo libros y colecciono comics-. Supongo que sonó extraño porque me prestaron tanta atención que la sala pareció oscurecerse.
Creo firmemente que para presentarme, la vía más adecuada es contar lo que me hace disfrutar, no lo que hago. Porque lo que hago, trabajar, es una mera circunstancia a la que me veo obligado. Si mañana me toca la lotería, dejaré de trabajar, pero nunca de leer o coleccionar comics. Mi currículo pasará a un plano secundario.

Intenté explicarlo, pero me miraban como si fuese gilipollas. Da igual. Me quedé muy a gusto. 

Después del curso nada cambió. Mi presentación siguió siendo ineficaz. No tanto por la forma sino por el fondo, porque lo pintes como lo pintes, hay cosas que no gusta oír. Mientras tanto sigo aquí, mano sobre mano, esperando a que toque la lotería para ser yo mismo 24 horas al día.

* - Como todo lo que publico aquí, se basa en una experiencia real. Así me presenté, y así me fue...

sábado, 29 de junio de 2019

Micología griega



Si, pone micología.




Cuando trabajaba en un banco inglés, uno de mis jefes era un individuo de mi edad que siempre llevaba traje. Era la excepción porque allí todos llevábamos vaqueros. 
En fin, una forma más de marcar paquete en el entorno laboral. También usaba gomina. Mogollón. Tanta que parecía llevar la cabeza barnizada. 

Tiempo después, seguimos trabajando juntos. Sigue con el traje y la gomina. Y para terminar el perfil, es de esos que susurra y al hablar mueve la cabeza como asintiendo mientras entrecierra los ojos . 

Tan sofisticado andamiaje es sólo un intento por disimular que transita por la vida con las luces justas para ir por carreteras secundarias. No es mal tipo, pero creo que todos conocemos alguien así: un pavo real de oficina.

Total, que por aquel entonces entró al departamento un compañero bastante gayer. Maricón, para entendernos. De los que se perciben aunque no abran boca. 
Nuestro engominado favorito mantuvo unos días la distancia social que marcaba su rango. Hasta que se acercó a saludar en modo coleguita.
Se aproximó al cubículo del esclavo. Éste se encontraba sentado, y el hombre del traje permaneció de pie con los brazos cruzados y afirmando con la cabeza mientras susurraba. 
Inició una de esas conversaciones supuestamente distendida que circula bajo estrictos cánones: lugares de veraneo, restaurantes y comidas favoritas. Buscando conexiones con la plebe. 

La charla duró hasta que al hombre barnizado se le ocurrió mencionar su pasión por buscar setas. Chás. La conexión. El empleado levantó la vista de sus papeles mientras se le iluminaba la cara:

- Sí, me encanta!!! Respondió sonriente.

El señor del traje plantó las palmas muy separadas sobre la mesa y preguntó con su mejor susurro:

- ¿Entonces, eres setero?

En algún sitio se abrió la puerta de una nevera industrial. Bajó la temperatura. Había más orejas atentas de lo que parecía, porque se hizo el silencio. Ni un papel se movía. El compañero se tapó la boca con la mano mientras contestaba balbuceante:

- ¡¡¡Dios mío!!! ¿Pero eso es importante? Me parece una pasada lo que me estás preguntando.

El otro, en su tiniebla intelectual, se examinaba las uñas sin comprender. E insistió:

- Que si eres setero, joder.

Con la cabeza gacha contestó:

- No. Soy gay. ¿Pasa algo?

Se encendieron todas las luces en la autopista mental de nuestro amigo engominado. Una indescriptible mezcla entre rojo, verde y blanco le recorrió la faz. Entendió.
Miró alrededor en mitad del silencio y con su ronroneo más perfecto soltó:

- Que me refería a si eras aficionado a la micología.

Hizo un giro de compás, y volvió a su mesa con el culo apretado. Se sentó a remover papeles y así pasó la tarde. Callado y con el culo prieto. Porsiaka.

A veces hay que pensar en ponerse luces de Xenón en la cabeza... justo por debajo de la gomina.

*** La situación ha sido novelada, pero la conversación es absolutamente real. Se intercambiaron esas palabras letra por letra.

jueves, 2 de mayo de 2019

Preposiciones deshonestas

Al banco que me dió la primera oportunidad llegué para currar en el departamento de Banca Telefónica. Un sitio lleno de gente joven trabajando en una colmena de cabinas alineadas por pasillos. El ambiente mezclaba hormonas, ilusión y bullicio a partes iguales. Pagaban poco, currabas mucho, y prometían promoción si lo hacías bien.

El jefe era una bestia. Conocido como “el Yayo”, o “la gárgola”, era bruto y listo a un tiempo, uno de esos viejos que se hacen notar y destilan mala hostia cada vez que respiran. Decía que su departamento era un cortijo y tenía razón: lo que pasaba detrás de la puerta era muy distinto a lo que pasaba fuera. Allí mandaba él, y punto.

El Yayo gestionaba su cortijo con la actitud de un sargento en un campo de concentración. Cuando se aburría salía del despacho con las manos a la espalda y caminaba lentamente entre los pasillos volviendo la cabeza a  derecha e izquierda. Todos disimulábamos acojonados, porque se estaba cociendo una hostia. Una vez elegía víctima, se detenía tras su silla y escuchaba la conversación. Transcurrían  a veces segundos, a veces minutos, pero al final aparecía el fallo, daba igual si real o imaginario, porque entonces surgía el Aníbal Lecter de Carabanchel. Arreciaba su cólera y gritaba soltando perdigones de babas mientras aleteaba con los brazos para argumentar sus razones. Ahora me hace gracia, pero coño, a primera hora resultaba un pelín brusco.

También resultaba divertido saber que no tenía ni puta idea de lo que se hacía en el departamento. Cuando le surgía una duda, llamaba a  una víctima a su despacho. Si te quedabas fuera te reías viendo los sudores del que entraba. Pero si te tocaba entrar, ya no molaba.
Entrabas, te sentabas y te preguntaba como resolverías la cuestión. Una vez respondías, ya tenía argumento. El tuyo. Y el muy perro te lo agradecía montando un pollo de los suyos (aleteando, babeando…), para acabar diciendo que no tenías ni puta idea -como él, vamos- y que lo correcto era su respuesta, que era la tuya levemente matizada. Menudo cambio... Le dabas una respuesta y te llevabas una hostia. 

Lo bueno de un tío tan obtuso es que cohesionaba el departamento. En su contra, claro. Tengo buenos amigos, y en gran parte creo que se lo debo al Yayo. Todavía me río con sus historias, como cuando llamó a un director para echarle la bulla y después de diez minutazos chillando como un energúmeno se dio cuenta de que se había equivocado de persona, o cuando mis compañeros encontraron una caja de condones en su mesa y los pincharon uno a uno…
Pero como decía al principio, también era listo. Mucho. Enorme en la visión estratégica, era capaz de ver las cosas desde arriba y trocear los problemas en lonchas finitas que manejaba con facilidad. Y lo hacía casi sin pensar. Nunca ha dejado de asombrarme tanta clarividencia.

Como la vida es larga y donde las dan las toman, al final apareció un nuevo jefe alemán, y con la frialdad que le caracterizaba, le quitó la silla y el trabajo. Le jubiló a la fuerza y le cambió  el cortijo por su piso de Carabanchel y el despacho por un sofá frente a la tele.

Ahora el Yayo hace cuentas de que ha tenido más de doscientas personas a su cargo, pero sólo mantenemos el contacto cuatro amigotes que de vez en cuando quedamos con él a cenar. No depender de él ha facilitado las cosas, porque nos permitimos hablar como colegas y le vemos desde un prisma distinto, más de abuelo bonachón que de señor Lecter de barrio. Incluso hablamos de las ganas que tuve de  abandonar ese trabajo. Y como siempre, lo resumió con afilada inteligencia. 
El problema es sólo una cuestión de preposiciones: -nunca te vayas “de” porque te equivocarás y asumirás riesgos innecesarios. Vete “a”, porque será una decisión meditada-.
Así de fácil.

Pero qué feo, qué viejo y qué listo que eres, Yayo. 

* - Yayo, sabes que en el fondo, te aprecio.

miércoles, 20 de febrero de 2019

El "eco mental"

"Si cada español hablase de lo que entiende, y nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio".

A. Machado


Es curioso. Borja Mari no tiene idea de casi nada. Habla de casi todo pero sin tener apenas idea. Dice burradas sin pestañear, como los buenos actores, o como los locos de verdad... No es más ignorante porque no amanece antes.

Lo que he verificado es su capacidad de adaptación. Acude a una reunión y la monopoliza con sus rebuznos sin conocer el tema tratado. Cualquiera que coma una sopa de letras puede cagar argumentos más sólidos que los suyos, pero como le gusta oírse y que le oigan, es la penitencia que nos toca.

Hay otra característica curiosa: cuando desconoce la materia de que se habla -cosa que sucede a menudo- surgen términos que le resultan nuevos. Y cuando oye uno de esos términos se produce una reacción física, tangible: entrecierra los ojos como prestando más atención, haciendo perceptible como graba la palabra en su memoria.
Ahí comienza el “eco mental”. El muy zote piensa que si usa las nuevas palabras parecerá más listo y los demás alucinarán. El “eco mental”, consiste en repetir constantemente y por todos los medios posibles el nuevo término.

Va un ejemplo. En una reunión con Marketing surgió el término “lead”. Lo utilizamos para referirnos a la intención de compra de un cliente. Durante los siguientes días parecía que el mundo sólo estaba compuesto de leads. Borja Mari enviaba correos hablando de leads, comentaba con sus queridos jefes lo que teníamos que hacer para conseguir leads...

Pero lo peor del "eco mental", su faceta más nociva, es el efecto acumulativo. Días después aprendió lo que era un “copy”, término que usamos para referirnos a textos comerciales. Ya lo habéis pillado, ¿no? Sí, justo eso. Que desde entonces empezó a usar combinaciones como “copys para los leads”. Los rebuznos pasaron de notas a sinfonías.
Así llevamos tiempo, viendo como Borja Mari une cada vez más palabritas para ir creando un nuevo lenguaje. No me cabe duda que algún día será tan hablado como para alcanzar la categoría de idioma oficial.

Todo esto me lleva a un par de conclusiones:

- Podríamos pensar que nuestro personaje tiene algo de camaleón y se adapta al entorno. Sin embargo lo veo más como una rata que aprende a escapar de laberintos. Usa lo que aprende para llegar al queso, no para adaptarse a los demás.

- La segunda es sobre el “eco mental”. El eco sólo se produce en lugares diáfanos. Si en su cabeza las nuevas palabras rebotan y producen eco, por cojones tiene que haber espacio libre. Mucho. Borja Mari tiene la cabeza muy hueca.

Un día de estos probaré a inventarme algún término y soltarlo delante de él. A ver qué pasa.

sábado, 5 de enero de 2019

El cristal

El otro día tuvimos la cena anual del trabajo. Alcohol, palmaditas en la espalda, carcajadas y… Borja Mari.

Los plebeyos quedamos un rato antes en un bar cercano. Borja Mari no vino porque no tiene amigos. Estamos hablando de trabajo y en ese terreno él solo tiene conocidos. Sabe el nombre de casi todos, pero no intima con nadie. Teniendo amigos no se progresa en la escala laboral.

Tomamos unas cuantas -o para ser sinceros, muchas- cervezas. Casi a regañadientes fuimos al restaurante. Nos distribuimos entre las mesas por afinidades: chicos, chicas, compañeros. Llegó Borja Mari y buscó su afinidad con la mirada. Y la encontró junto al jefe. Como bien dijo un amigo mío, también allí estaba trabajando.

Si habéis visto el título de esta entrada, veréis que se llama El cristal. Se me ocurrió que Borja Mari y los de su calaña son transparentes. Puedes ver su interior. Están tan vacíos que sus intenciones se perciben con nitidez. Pero ¿las veo sólo yo o las vemos todos?, porque creo que ciertos jefes sufren ceguera con estas cosas. Respetan, toleran y fomentan la figura del trepa. Si notas el aliento de alguien permanentemente en tu nuca y además a ese alguien le hacen gracia todos tus chistes -malos incluidos-, quizá tengas algo que plantearte. Pero si eres uno de esos jefes hinchados de ego puede que ese algo sea de tu agrado.

Pero volvamos al restaurante. La cena bien, salvo las intervenciones fuera de lugar del enano. Cuando la gente aplaudía o celebraba alguna intervención simpática, siempre la remataba Borja Mari con alguna alusión al protagonista, seguida de un incómodo silencio del resto. Lo hacía como demostrando que tiene coleguitas y que él tiene algo que ver en la gracia. Patético.

Llegamos a las copas y todo siguió igual. Borja Mari revoloteando de grupo en grupo, sin poder posarse en ninguno. Ni caso. El jefe se fue y el enano detrás. La jornada laboral había terminado.

Ser un trepa tiene esas cosas. También pasa con el cristal y los puticlubs. El que jode, paga.
Sé que soy malo, pero también sincero.

QUE SE JODA.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Retoños escritos


La percepción de encontrarse frente a un gilipollas tiende a ser instantánea. Puede haber casos dudosos, pero sólo sucede con gilipollas dudosos. Ante uno de verdad la percepción no engaña.

El primer día noté cosas y mi opinión fue consolidándose con cada pequeña hazaña de Borja Mari. Recuerdo claramente la primera vez que me sentí mal. Estaba revisando las tareas del día cuando llego a un correo que me llamó la atención. Un amigo me había incluido en un loop de correos sobre un tema en el que yo había trabajado. Vaya. Era sorprendente que no me hubiesen copiado en una cuestión esencialmente mía.

Pronto comprendí. Con un par de vueltas a la rueda del ratón vi que era una conversación creada por nuestro niñato y en la que había “olvidado” copiarme pese a que yo era el dueño del proyecto. Pero lo peor es que en su ya habitual ignorancia usaba textos míos con pequeñas modificaciones para ajustarlas al nuevo contexto.

Esos putos párrafos tenían la misma estructura y transiciones que un informe mío que sólo había circulado en mi departamento. Porque las ideas son como los hijos: una madre siempre tiene un instinto especial para reconocer los suyos. Se pueden cambiar todas las palabras de un texto, pero es muy difícil maquillar las transiciones y la estructura interna de un artículo. Especialmente si es tuyo.

Como gilipollas que soy, me limité a encabronarme y dejé ahí mi mal sentimiento. Pero quizá, sólo quizá, debería haber montado la de Dios. Sin duda mi jefa le habría defendido argumentando cualquier gilipollez, pero quizá, sólo quizá habría mitigado mucho dolor posterior.

martes, 2 de octubre de 2018

La foto

Aquí sigo. No tengo ganas de dar detalles, pero sigo en el mismo departamento de mierda, y además un piso más abajo. Me deleito con un pasillo a mi derecha, mi jefa a la izquierda, y lejos, muy lejos, un patio gris con tan poca luz que no sé ni el tiempo que hace.

El departamento que me acoge -aquí soy como un hijo ilegítimo- terminó un proyecto. No participé, como es costumbre, pero lo iban a comunicar en la revista de la empresa para darle bombo. ¡Ah! y casi se me olvida. El reportaje incluía foto. Pensé, con mi habitual candidez, en una foto tirada con un móvil, algo sencillito para cubrir el expediente.
Iluso de mí. 

Lunes. 9.30 de la mañana. Aparece Borja Mari. Elegante. Pelo recién cortado. Y moreno. Mucho. Como si se hubiese dado una sesión de rayos UVA. 

Minutos después llegó una capa de maquillaje tras la que me aseguraron que se encontraba mi jefa. Maquillada como si fuera a matar a Batman, vamos. Con traje, joyas y un intrusivo perfume.

Y a las 10, la sorpresa. Una individua del departamento de comunicación acompañada de un fotógrafo con una cámara que parecía un arma de destrucción masiva. ¿¿¿Tanta parafernalia para una foto de mierda??? 

La jefa había anticipado que la foto debía representar la tecnología que utilizamos, así que  pedimos prestados unos cacharritos: un iPad, un par de tablets baratas y unos móviles. Todo mediocre salvo el cacharro de Apple. Supongo que esa fue la razón por la que al aparecer el fotógrafo Borja Mari esprintó hasta el iPad y lo agarró con las dos manos. Lo quería para él solo, por eso del tonto y el lápiz. Mi jefa miraba con cara de mala hostia, pero aguantó callada.

Nos llevaron a una sala elegante presidida por el logo de la empresa. Mientras el fotógrafo preparaba su equipo, comentó que el elemento más visible de una foto es siempre el del centro. Y claro, se desencadenó la acción: mi jefa y Borja Mari corrieron hasta el centro del logo. Llegaron a la vez y se pusieron tan juntos que se tocaban hombro con hombro. El enano hacía que leía el iPad mientras mi jefa miraba hacia otro lado. Como si no fuese con ellos. Después de unos segundos empezó una lucha a culazos. Mi jefa, gorda como un camión, no era capaz de desplazar al enano, que con menos carnes que una bicicleta se contorsionaba esquivando culazos. Disfruté del bochornoso espectáculo. Parecían cerdos peleando por bellotas.
Ganó Borja Mari. Por duplicado: se quedó en el centro de la foto y con el iPad en las garras. Babeaba de felicidad el cabrón. Entretanto, mi jefa sonreía a la cámara y echaba rayos por los ojos.

El fotógrafo decidió hacer una foto más: esta vez sentados en una mesa dejando los cacharritos en medio. Así que fuimos a una sala con una mesa grande. Borja Mari y mi jefa giraban lentamente alrededor de la mesa mientras el fotógrafo preparaba el material. Esperaban conocer la orientación de las fotos para coger el mejor sitio. Por eso, en el preciso instante en que el fotógrafo levantó la cámara, se sentaron en el centro de su campo visual. Juntos de nuevo. Silla contra silla. Pero esta vez mi jefa, picarona ella, extendió la mano hasta el iPad y lo arrastró a su vera. Mientras lo acariciaba y hacía como que lo usaba, miraba a Borja Mari con ojos entrecerrados. Ahora babeaba ella y el puto enano estaba fuera de sí, derrotado sin luchar. Rabioso, se levantó y cogió otro cacharro mientras miraba envidioso a la jefa. Y así quedó plasmado en una foto que no me atrevo a publicar.



Pero, ¿entendéis lo que sucedió realmente? Por un instante se levantó la cortina de ego que les cubre. Y al subirse el telón, se vieron. Durante unos segundos ambos vieron al otro lado un cretino que trepa por un escalafón. Y comprendieron que son iguales.

Todo parece igual, pero no lo es. Ahora se sonríen envidiándose y odiándose a partes iguales.

Y es que si los trepas volasen, no se vería el sol.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Verborrea

Ha vuelto a pasar. Ha vuelto a pasar y no puedo resistirme a contarlo. Prometo que es la última vez.

Nada más llegar esta mañana ha sonado el teléfono y me han pedido que suba a una reunión a la que no estaba convocado. Así, a jugármela sin red.

Al llegar he mirado alrededor. Por allí andaban un jefe alemán, Borja Mari y unos individuos de Marketing. He intentado ser cauto y enterarme de qué iba aquello. El germano contaba sus cosas y el enano correspondía asintiendo lentamente y soltando frases en ese espanglish que tanto le gusta. Lo suyo es llevarle el botijo al jefe, pero usando palabritas de fina hondura intelectual.

Todos ponen cara de entender, afirmando con los ojos entrecerrados. A ver quién tiene huevos a decir que no sabe -y son palabras literales- qué es “el deadline de un worksteam de EBC”. A ver quien coño reconoce a estas alturas que no tiene la mínima idea de lo que hablan. 

He estado callado, tomando notas intrascendentes y mirando con cara de estar muy interesado. Como ellos. Y ciertamente me ha parecido un espectáculo: verborrea cabalística, exótica. Esgrima dialéctica en varios idiomas a la vez. He flipado con la mitad de lo que han dicho, pero más con la otra mitad, la que no he comprendido.

Me he acordado de un proverbio árabe que dice: “Soy esclavo de mis palabras y dueño de mis silencios”. Hago caso, pero para contrarrestar los silencios hará falta que se entiendan las palabras, ¿no?

viernes, 15 de junio de 2018

Zapatos

He dado muchas vueltas últimamente. De un banco a una filial de otro, y finalmente repescado por ese mismo banco para hacer cosas más molonas.

He visto y conocido a mucha gente de la que no tenía referencias y en más de una ocasión me ha tocado calibrarles de un vistazo para no meter la pata.

De tanto hacerlo llegué a una pequeña conclusión: si queréis saber algo de una persona, la primera mirada no la hagáis a la cara: mirad sus zapatos. Con calcular el precio, ver el estilo, color y condición, podemos intuir muchas características personales del propietario.

Porque las cosas por debajo de la cintura siempre son más interesantes.

viernes, 1 de junio de 2018

La putada

Una tarde se Septiembre, al poco de llegar al departamento, mi jefa andaba estresada repasando un PowerPoint. De vez en cuando levantaba la vista de la pantalla y me miraba como maquinando algo. 
Un rato más tarde me miró fijamente y se deslizó hasta mi sitio empujando la silla con los pies. Me susurró que “había surgido un imprevisto” y que no podía hacer una presentación que había comprometido para el día siguiente. Para disipar dudas lo remató con un clarificador “así que si no te importa, vas tú”. ¿Me importaba? Claro. Pero recién llegado al departamento si la jefa te hace esa oferta, hay dos vertientes: una que confía en ti –la buena-, y otra que te pide/impone un favor –esa no tan buena-. Pero de negarme, los cojones. Que me miraba a los ojos mientras me endosaba el marrón.

Al minuto, y sin agradecimiento, recibí un mail con un PowerPoint, una dirección y un horario. Nada menos que una hora de presentación. Se me iba a secar la lengua. Leí la presentación en diagonal -era un desastre- y me encomendé al patrón de los asalariados.

Al día siguiente cogí un taxi y me dirigí a la dirección de la convocatoria. 

Primera sorpresa: aquello estaba en La Moraleja. En un Palacio de Convenciones lujoso y casi infinito.

Segunda sorpresa: fui atendido por dos chatis que parecían modelos de alta costura. Huy, que eso no era lo que parecía… Me llevaron hasta una puerta doble y me indicaron que entrase por allí, avisándome de que el ponente anterior estaba a punto de terminar.

Y la tercera, que casi me muero al abrir la puerta. Aquello era como un cine: una sala enorme, oscura, con cientos de cabezas y un pasillo central. Al fondo había una pantalla gigante llena de gráficos que explicaba un señor desde un púlpito.

No me cagué encima porque no tenía la necesidad, pero podría haber pasado. Me senté temblando en un asiento del fondo, y tres minutos después se encendió la luz. Se acercó al púlpito un individuo con pinta de lacayo que portaba un micrófono y dijo: “Así que despidamos con un fuerte aplauso a D. XXXX, Consejero del Banco Mundial, y recibamos igualmente al próximo ponente, D. XXXXX (-> yo)“. 

Aprovecho para confirmar que la tierra no puede tragarte por mucho que lo desees. Creedme. 
Dado que el suelo seguía firme, se volvieron los cientos de cabezas y tuve que andar desde el final de la sala y escalar hasta el púlpito. El lacayo, con movimientos entrenados, me levantó el faldón de la chaqueta, me colgó una petaca en el cinturón y un micrófono en la solapa. Me dejó en la mano una especie de boli con botones, y desapareció. Se apagó la luz y me alumbró un foco. Silencio absoluto. Cabezas que me miraban. Alguna tos. Y mi miedo. Un miedo primario que me atenazaba.


No soy yo, pero casi

Prefiero no pensar esos sesenta minutos que transcurrieron segundo a segundo, pero fue como pasar por un túnel sin luces. No soy muy consciente de lo que dije, pero hablé. Hablé hasta que llegó la última lámina y volvió el lacayo a recuperar la petaca y su boli con botones.

Cuando pienso en ese día, recuerdo todo como visto desde arriba, y soy consciente de haber vuelto odiando a mi jefa y con la conciencia anestesiada. 

¿Sabéis lo que pasó cuando llegué a la oficina? Que mi jefa me preguntó con indiferencia como había ido y me dijo que “había surgido otro imprevisto” para el día siguiente. ¿Quieres caldo? Pues eso.

Si alguien de buena conciencia piensa que mi jefa me dio una oportunidad, clarifico que fue de esas en las que te llevas cornadas. Y me las llevé. Dos veces.



P.D. - Pasado el tiempo sigue sin hacerme gracia. Tampoco pienso que lo hice bien. Esa presentación sigue archivada en la caja de las putadas y me recuerda la absoluta falta de ética de mi jefa, quien para cubrir sus miedos, me mandó al matadero sin miramientos. 


martes, 15 de mayo de 2018

Hare Krishna

Siempre he pensado que las mujeres son más complicadas que los hombres. Dos tíos cabreados se revientan a hostias y al final se matan o se van de cañas, pero las mujeres pueden sonreírse durante años mientras se ponen veneno en el café.

El curro me ha permitido verificar mi teoría a través de tres individuas del departamento que se llevan a matar. Una parece un Hare Krishna de esos pesaos: todo buen rollo, paz interior y una vocecita infantil que no casa con su mala hostia. Otra es la versión femenina de Julio Iglesias, con un moreno perenne y un acento arrastrado que apunta al barrio de Salamanca. Y la tercera es una oveja descarriada que va a su bola y no comparte información. Disimulan lo que pueden, pero se odian. 

Su relación nos afecta porque el Alemán de Valladolid nos ha metido en el lío de cerrar oficinas (para eso de hacernos más fuertes, más compactos y no se qué más chorradas) y tenemos que ayudar a los compañeros de las sucursales resolviendo sus dudas. Y por decirlo claramente, no tenemos ni puta idea. Dependemos 100% de la información que nos proporcionen estas señoras.

Y el alemán, tan avispado para algunas cosas, no ha pillado esto. Por algún extraño motivo piensa que son amigas y trabajan en equipo, pero la realidad es que las tres aspiran a ser la única cabeza visible, y eso no puede ser. Así que pasa lo que pasa: en función de a quién preguntes, la respuesta es distinta. Se me ocurrió que preguntarlas a la vez podría ser la solución, pero tampoco. Automáticamente empiezan a discutir como gallinas locas y se olvidan de ti. No responden. 

Como podéis imaginar, las reuniones con el alemán son un circo. Como cree que se llevan bien y ellas están interesadas en mantenerle engañado, priman las sonrisas y el amor universal.  Hasta que una interviene. Justo entonces se acaba el amor. Si las otras pueden contradecirla y argumentar en contra, lo hacen. Aplican una compleja política de alianzas que varía en función de su conveniencia, pero siempre suma dos contra uno. De modo que no hay decisiones unánimes y siempre alguna se lleva una mano de hostias. Y mientras tanto en las sucursales flipan con nosotros porque según el día contamos cosas distintas. 

El caso es que este tema tiene un punto dramático. Porque cuando el alemán no las ve lo pasan mal, con llantos y mucho llevarse la mano al corazón. Incluso la Hare Krishna ha estado al borde del desmayo en una ocasión. Pedazo de arpías. Menos soponcios y más profesionalidad, please.

Doy por confirmada mi teoría de que las mujeres pueden ser perversas de cojones. Además puntualizo que no me gustan los rebaños, porque peor que el propio rebaño es tener varios perros pastores empujando cada uno hacia un lado. Al final te quedas en medio y te llevas la hostia del pastor.

Y para el alemán: tres estrellas en el mismo cielo pesan demasiado. Que lo sepas.

domingo, 15 de abril de 2018

Ginguay

Un día cualquiera a las 9 de la mañana. Reunión con un departamento llamado “Customer Insight”. Por nuestra parte estamos convocados Luisito, Borja Mari y yo. Por la otra, una compañera y su jefe. Este último no ha llegado aún porque el horario le coincide con otra reunión. 

 A las 9.20, la reunión está en marcha, pero Borja Mari aún no ha llegado. Sigue en su puta casa pese a vivir a 300 metros del curro. Luisito, avergonzado, le llama al móvil y el enano nos honra con su presencia a eso de las 9.35. 

Llega despacio, con desgana. Se sienta junto a Luisito, saca el móvil y se pone a hurgar en Twitter. No hace ni caso a la compañera. Ni siquiera disimula. Con un par.

Diez minutos más tarde Luisito y yo seguimos escuchando a la compañera mientras el enano juega con el móvil sin levantar la vista. Pero ¡¡¡milagro!!! todo cambia cuando aparece el jefe, un ciudadano del Este con un acento que recuerda al de Michael Robinson. La compañera se calla para dejarle la voz cantante, el puto enano se endereza, guarda el móvil y entrecierra los ojos escuchando al señor importante.

Se produce este diálogo:

- Hemos determinado que existen dos perfiles de cliente: los menores de treinta años con perfil técnico y los mayores de esta edad, que funcionan de otra forma – dice el jefazo con su acento soviético.

- Es curioso. Eres la segunda persona que me habla de “Ginguay” –dice el enano mientras pone morritos y asiente con la cabeza de medio lado.

Luisito y yo nos miramos. El jefazo sigue con su discurso como si lo hubiese entendido, pero se ha quedado como nosotros.

¿Sabéis qué es “Ginguay”? Es “Gen. Y” pronunciado en inglés. En castellano y sin abreviaturas “Generación Y”, o en sencillo, los señores que tienen entre veinte y treinta años. ¿Se puede ser más gilipollas? Es de una estupidez tan sublime, tan superlativa, que llego al éxtasis cuando oigo estas cosas.

Un rato después del éxtasis, llaman al señor del Este y se tiene que ir sin terminar la reunión. El enano se reclina en la silla, vuelve a sacar el móvil y a distraerse con sus memeces. Cinco minutos después se levanta y dice que se tiene que ir a preparar otra reunión. Nos volvemos a quedar Luisito, la compañera y yo.

El episodio final tiene lugar a última hora de la mañana. Mi jefa vuelve por aquí y nos comenta -a Luisito y a mí- que Borja Mari ya le ha contado lo que se ha tratado en la reunión…
Manda huevos. Otra vez.