05 septiembre 2025
El Tao es la Hostia
21 marzo 2025
Lo de siempre
En la oficina de "Consulting Solutions & Bla Bla Bla", los viernes eran como los lunes, pero con algo más de esperanza. Hasta que Marta, la jefa, soltó la bomba:
—Esta noche, copa en Bar Épure, cortesía de la casa. O sea, mía. Vamos a celebrar los... eh... buenos resultados del proyecto ese.
Sus empleados la miraron con la mezcla de respeto y pavor reservada a las madres de dragones o a los jefes de Recursos Humanos.
Nadie preguntó de qué proyecto hablaba. Marta no tenía tiempo para detalles. Ella era de visión global, liderazgo 360 y frases en inglés mal pronunciado.
Marta, treintañera perpetua (según su LinkedIn), soltera por elección ajena, llevaba años trepando por el organigrama con la agilidad de una cabra montesa con MBA. Sus empleados la temían y la admiraban. Bueno, más lo primero.
Llegaron al bar Épure, un sitio fino. Todo blanco, minimalista y lleno de gente que parecía no tener trabajo pero sí relojes de cinco cifras. El ambiente olía a ginebra cara y desprecio por la cerveza.
Marta entró como si estuviera pisando la alfombra roja de los Goya. Se acercó a la barra con la seguridad de quien finge que viene aquí todos los jueves después del Pilates.
El camarero —un adonis nórdico con nudo de corbata perfecto— se inclinó:
—¿Qué desea tomar, señora?
Marta le clavó la mirada, sonrió como si fueran viejos conocidos, y dijo alto y claro:
—Lo de siempre.
El camarero se quedó tieso. Hizo el gesto universal de “¿perdón?”. Marta, sin inmutarse, repitió:
—Lo de siempre, ya sabes… lo mío.
La plantilla entera, justo detrás, escuchaba en tensión. El becario de la oficina, poco hecho a esto, empezó a sudar frío. Alguien pidió una cerveza para tener algo a lo que agarrarse emocionalmente.
—¿Qué sería exactamente “lo de siempre”? —preguntó el camarero, con una mezcla de paciencia y lástima profesional.
—Venga ya, cariño, no me digas que no te acuerdas... —dijo Marta, girándose hacia su equipo con una risa falsa— ¡Qué cabeza la de este chico! Siempre igual. Un cóctel sin nombre, pero con alma. Ginebra japonesa, albahaca fresca, lágrimas de lima, espuma de trufa blanca... y un toque de humo de sándalo.
—¿Eso es una bebida? —murmuró alguien.
El camarero asintió, como quien acepta que no hay salida.
—Claro, claro… ahora lo preparo.
Tardó quince minutos. Marta, mientras tanto, narraba anécdotas de sus supuestas noches locas “en la barra de este templo del buen beber” donde, según ella, una vez coincidió con Almodóvar, Ferreras y un miembro del elenco de Élite que no podía nombrar por contrato.
Cuando por fin llegó la copa, era una cosa absurda servida en un cuenco de madera, con hielo seco, un pétalo y una ramita que parecía sacada de un Belén. Marta la alzó con teatralidad.
—¡Salud! —gritó, y dio un sorbo… largo.
Se atragantó.
Tosió.
La espuma de trufa blanca le entró por la nariz. El humo de sándalo le nubló las gafas. El pétalo se le pegó en la frente. Y eruptó sonoramente
Mientras intentaba recomponerse, la puerta se abrió y entró una mujer imponente. Pelo recogido, abrigo de marca, perfume caro que te abofeteaba con respeto. Se acercó a la barra.
—Buenas noches. Lo de siempre, por favor.
—¡Claro, señora Maroto! Su vermut blanco con aire de lima, lágrima de vermú rosado y aceituna deshidratada.
Todos miraron a Marta. Ella bajó la copa, ahora chorreando, se quitó el pétalo de la frente y trató de mantener la dignidad.
—Justo eso era lo que yo quería —dijo, ya sin voz.
Y como broche de oro, la señora Maroto la miró de arriba abajo y soltó:
—¿Tú no eras la que la semana pasada pidió un tinto con Kas en copa balón?
* - Juro que está basado en algo real.
06 diciembre 2024
Recordando a Cruella
Cruella no necesitaba despacho; su maldad era lo suficientemente expansiva como para que no la limitasen unas paredes. Abarcaba cualquier espacio en el que estuviera. Llegaba cada mañana con su bolso gigante y una cara que decía claramente: "Hoy os vais a acordar de mí."
Bastaba con oír sus pasos para que la oficina entera se paralizara, como si un depredador hubiera irrumpido en una reunión de herbívoros. Si te atrevías a acercarte para proponerle algo, era bajo tu propio riesgo. Y cuando te respondía, lo hacía con una sonrisa tan cínica que te dejaba dudando de si irte a llorar al baño o aplaudirle por lo bien que manejaba el arte de destruir vidas laborales.
Lo más inquietante, sin embargo, no era su tono ni su mirada afilada, sino su incapacidad absoluta para mostrar humanidad. En el departamento circulaba una frase que ya era casi un mantra: "Cruella no es mala, es peor. Si alguna vez quieres llegar a concerla, tendrás que invocarla con un pentagrama y un par de velas negras, y ni con esas lo conseguirás." Nadie sabía quién había inventado la frase, pero todos la repetíamos con el fervor de un rezo desesperado. De alguna forma, aquel humor negro nos ayudaba a sobrellevar la tiranía que ejercía con precisión diabólica.
Un día, las risas nos jugaron una mala pasada. Habíamos conseguido arrancar unos segundos de alivio, riéndonos de lo surrealista que era nuestro día a día, cuando sucedió algo extraño. El aire en la oficina se enfrió de repente, como si alguien hubiera abierto la puerta de una cámara acorazada. Las luces empezaron a parpadear, y al fondo de la sala, un ordenador se apagó sin razón aparente. Las risas se apagaron al unísono, mientras algunos se miraban con nerviosismo. Y entonces, apareció.
Cruella avanzó entre las mesas con un caminar lento, pesado, casi ceremonial. Sus pasos resonaban como si cada uno llevara consigo una sentencia, y aunque no dijo nada, su sola presencia bastaba para que el ambiente se volviera más denso, casi irrespirable. Cuando llegó al centro de la sala, dejó caer su bolso en la mesa con un ruido seco, como el martillo de un juez que dictaba una condena. Nos miró con una ceja arqueada, diseccionándonos con esos ojos que parecían capaces de arrancarte el alma.
No pronunció palabra. No hizo falta. Su mirada lo decía todo: había percibido el atrevimiento de nuestras risas y estaba dispuesta a recordarnos por qué nadie, absolutamente nadie, se reía en su presencia sin pagar un precio. Durante un instante que se sintió eterno, el único sonido que se escuchaba era el leve zumbido de las luces, que seguían parpadeando, como si incluso ellas temieran su ira.
Cruella tenía un don especial para convertir cualquier situación en una derrota. Si algo salía bien, automáticamente se apropiaba del mérito, como quien recoge una herencia legítima. Si algo salía mal, la culpa siempre era tuya. Siempre perdías. Eso sí, a su manera, dejaba claro que no necesitaba trabajar para brillar: su principal tarea parecía consistir en hacernos la vida imposible, algo que, por cierto, hacía con una eficiencia asombrosa. Hay quien asegura que las impresoras se atascaban cada vez que ella se acercaba, y francamente, a mi también me pasó.
Al final, logré sobrevivir a aquella etapa, llevándome conmigo un máster en paciencia y una interminable lista de anécdotas sobre la reencarnación del mal en su versión obesa dentro de una entidad bancaria. Si algo aprendí en esos días, fue que hay jefas malas, hay jefas insoportables… y luego está Cruella.
Una mujer tan extraordinariamente cruel que, si alguna vez decides ponerte a su altura, prepárate: necesitarás un altar, unas gallinas y mucha oscuridad para alcanzarla.
27 octubre 2021
Rayas en el suelo
Piensa en esa galleta que mojas en el café y cuando estás a punto de llevarla a la boca se rompe, cae y te salpica dejándote con la boca abierta y la camisa llena de lamparones.
Bien, esa galleta es mi trabajo: siempre cerca de algo dulce, pero con un final invariablemente sucio. Supongo que ahora podrás entenderme, al menos un poco.
Joder, que estoy en edad de ponerme gafas para elegir el vino y todavía me las cuelan por la escuadra. Alma de cántaro… Vuelvo a salpicarme una vez y otra con la puta galleta.
Admito haber tenido unos años de paz, sólo enturbiados por algun@s trepas que molestaban lo justo, pero en definitiva años de paz y tranquilidad. Eso sí, palito a palito nuestros ambiciosos amigos se fueron haciendo un nido cerca de la jefa. Aunque insisto, no molestaban mucho. Tan poco que llegué a pensar que el equilibrio era para siempre.
También reconozco que con el tiempo la jefa dejó entrever algún detalle feo, siempre atendiendo a los habitantes de los nidos antes que al resto, pero no le di mayor importancia. Tonto que soy. Y digo tonto porque tengo motivos. Me explico: nuestra abeja reina ha organizado un viaje con “Team Building” y polladas de esas. Y hasta hoy siempre hemos ido todos. Aclaro "hasta hoy" porque esta vez ha sido distinto.
La jefa ha salido del despacho para trazar una raya en el suelo que ha partido el departamento en dos: a un lado los que van (el 70%) y al otro el resto, los que no. Sin criterio nítido. Ni escalafón, ni antigüedad, ni nada: simplemente los que molan y los que no. Podía maquillarlo con alguna excusa, pero pa qué. Con la raya quería transmitirnos algo, pero la claridad del gesto es tan brutal que produce vergüenza ajena.
Estoy fuera. No me apetece ir -y menos con algun@s de ellos-, y aún así jode que te lleven a empujones al montón de los tontos. Que soy un paria ya lo sé, coño. Pero señalándome así, poniéndome el índice entre los ojos, toda la caja de galletas se acaba de estampar en el café. Otra vez, pero de forma aún más violenta.
¿Soy un gilipollas? Pues claro. El enésimo final sucio y me sigo sorprendiendo. No sé si llegaré a aprender la lección, pero visto lo visto deduzco que no. Por eso soy gilipollas, porque ando en círculos y no me doy cuenta. Soy gilipollas en mayúsculas cada vez más grandes.
Que si, que sin duda la raya tiene algo de lógica de colmena. Que la jefa se lleva su enjambre de pelotas: visitantes habituales del despacho, reidores de gracias, etc. Lo fácil. Gente zumbando a su alrededor que le recuerda lo guapa y lo lista que es. Pero aún así, duele. Nunca me han gustado los desprecios, y con los años no mejora. Me siento un poco triste.
Así que aquí me tenéis, rodeado de individuos arrastrando maletas que nos miran condescendientes desde su lado de la raya. Recuerdan a los niños bien del instituto: calibrando de arriba abajo a los más humildes. Pues hala, buen viaje. Y cuidado con los aguijones, que hay muchos y esas reuniones tienden a convertirse en camas redondas de picotazos.
Se ha hecho el silencio. Los importantes ya se han pirado y quedamos unos pocos trabajadores grises aislados tras nuestro particular muro de Berlín.
Apoyo la cabeza en la mano y observo los puestos vacíos. Me doy cuenta de que siempre enfoco mal. Que si justicia, que si merecimiento… que esto es puta la jungla, joder!!!
Porque si te persigue un león y eres una cebra, no es necesario correr más que el león, sólo más que otra cebra. E incluso puedes empujarla atrás.
Todo vale para triunfar. Sin excepción.
06 julio 2021
El Mercedes antiguo
En fin... que no. Que ni Dios ni leches. Me han mandado un candidato que conoce a no sé quién. Ha saltado todos los filtros de una tacada y aquí está, en la entrevista definitiva.
Me cuesta no prejuzgar. Imagino un niñato con aires de triunfador, de yuppie o algo así. Veintitantos tiene y se ha calzado perfiles mucho más potentes porque conoce a alguien. Estoy de una mala hostia que no veo porque al final se queda tras la puerta el que sabe y se la abrimos al que tiene contactos. Puta vida.
Le veo acercarse por el parking. Es alto y desgarbado y anda como un pistolero en una emboscada. Presenta una estudiada imagen de intelectual: traje arrugado, barbita, gafas de pasta. Hasta aquí, todo previsible.
Bueno, al tema, que llama a la puerta.
Saluda sin ganas, se sienta sin permiso y me mira casi desafiante reclinado en la silla. Ufffff. Mal empezamos.
Hablar con él es un coñazo. No se calla ni debajo del agua y me pone nervioso con su sonrisita obsequiosa y palabrería pedante. Usa un gesto que se nota ensayado ante el espejo: saca morros y achina los ojos, haciéndose el concentrado. Asiente lentamente con la cabeza ladeada. Menuda patada en la boca tiene...
Y hace otra cosa que me jode un huevo. Siempre me da la razón. Todo se la suda de forma mecánica. No sé expresarlo, pero es como cuando paseo con mi perro. Me muevo y se mueve. Me paro y se para. Cansa. La pierna me tiembla de la tensión.
Paso el dedo por las líneas de su CV y leo en voz baja los cursos de pago a los que ha asistido. Sigue asintiendo de medio lado. Pero hablando con él es cuando llego a la mejor parte.
- Así que canalla, rebelde y soñador…
- Justo.
- Y el señor ese del Mercedes antiguo?
- Es papá (pronunciado popó), que me ha traído a la entrevista.
Le despido con amabilidad, deseando que cierre la puerta antes de que se me escape una coz. Pedante engreído. Niñato.
Suena el teléfono al tiempo que el cierre de la puerta. El jefe. Quiere saber qué tal le ha ido al sobrino de presidente. Excelente, como no podía ser de otra manera. Qué coño voy a decir. Al final es o él o yo.
Cuelgo, tomo una pastilla contra la acidez y suelto una patada brutal a la papelera. Qué descanso, coño. Salto a la pata coja mientras veo al niñato chochar los cinco con el señor del Mercedes. Puta vida.
* - Que es broma. Pero podría ser cierto.
15 junio 2020
En mi hambre mando yo
02 marzo 2020
La Emergencia espontánea del orden. O lo que coño signifique eso.
Doménico Cieri Estrada
Porque la Montse venía a implementar un proyecto y al final se la quedaron. Craso error.
Me enteré de milagro. Un día, volviendo de comer, una compañera mencionó a Borja Mari. La Montse, que estaba delante, puso cara de interés. Iba a decir algo, pero en el mismo instante otra compañera definió a Borja Mari como “un cabrón” y especificó que la autoridad competente le definía como “un hijo de puta” y que no podía ni verle.
02 octubre 2019
La Tercera Parca
Se representaban con figuras de viejas, y de ellas la primera hilaba, la segunda devanaba y la tercera cortaba el hilo de la vida humana.
Hoy me ha dado por hojear una revista corporativa que nos envían de vez en cuando. Sin querer me he detenido en un artículo sobre uno de los directivos de la entidad. Algo me llama la atención y no acabo de identificarlo... Miro y remiro sin saber lo que es. Por fin lo veo. Su pelo. Su pose. Impecables ambas, sobre todo la melenita, que es de anuncio de champú. Ni un puto pelo descolocado.
30 septiembre 2019
La cortina
El olvido es el verdadero sudario de los muertos.
-George Sand.
Últimamente está preocupado porque algunas veces -pocas- piensa que de haber sido un poco más honesto, un poco más cercano, el móvil que tanto mira podría sonar con la llamada de algún amigo. Pero no suena, aunque constantemente revisa el volumen del timbre.
A él, que siempre ha llevado la sartén por el mango y que en todo momento ha demostrado mayores capacidades que sus jefes. Se dice a sí mismo que es un error, que es temporal. Por eso prefiere quedarse en casa. Es humillante que los vecinos te vean así, desocupado y sin poder, sin ningún sitio a donde ir.
25 septiembre 2019
La Experiencia Laboral
Se miró las uñas con ojos entrecerrados antes de responder.
23 septiembre 2019
El precio de las cosas
09 septiembre 2019
El curso
Creo firmemente que para presentarme, la vía más adecuada es contar lo que me hace disfrutar, no lo que hago. Porque lo que hago, trabajar, es una mera circunstancia a la que me veo obligado. Si mañana me toca la lotería, dejaré de trabajar, pero nunca de leer o coleccionar comics. Mi currículo pasará a un plano secundario.
Intenté explicarlo, pero me miraban como si fuese gilipollas. Da igual. Me quedé muy a gusto.
* - Como todo lo que publico aquí, se basa en una experiencia real. Así me presenté, y así me fue...
29 junio 2019
Micología griega
- Sí, me encanta!!! Respondió sonriente.
El señor del traje plantó las palmas muy separadas sobre la mesa y preguntó con su mejor susurro:
- ¿Entonces, eres setero?
A veces hay que pensar en ponerse luces de Xenón en la cabeza... justo por debajo de la gomina.
02 mayo 2019
Preposiciones deshonestas
Ahora el Yayo hace cuentas de que ha tenido más de doscientas personas a su cargo, pero sólo mantenemos el contacto cuatro amigotes que de vez en cuando quedamos con él a cenar. No depender de él ha facilitado las cosas, porque nos permitimos hablar como colegas y le vemos desde un prisma distinto, más de abuelo bonachón que de señor Lecter de barrio. Incluso hablamos de las ganas que tuve de abandonar ese trabajo. Y como siempre, lo resumió con afilada inteligencia.
20 febrero 2019
El "eco mental"

A. Machado
Es curioso. Borja Mari no tiene idea de casi nada. Habla de casi todo pero sin tener apenas idea. Dice burradas sin pestañear, como los buenos actores, o como los locos de verdad... No es más ignorante porque no amanece antes.
Pero lo peor del "eco mental", su faceta más nociva, es el efecto acumulativo. Días después aprendió lo que era un “copy”, término que usamos para referirnos a textos comerciales. Ya lo habéis pillado, ¿no? Sí, justo eso. Que desde entonces empezó a usar combinaciones como “copys para los leads”. Los rebuznos pasaron de notas a sinfonías.
05 enero 2019
El cristal
Los plebeyos quedamos un rato antes en un bar cercano. Borja Mari no vino porque no tiene amigos. Estamos hablando de trabajo y en ese terreno él solo tiene conocidos. Sabe el nombre de casi todos, pero no intima con nadie. Teniendo amigos no se progresa en la escala laboral.
Tomamos unas cuantas -o para ser sinceros, muchas- cervezas. Casi a regañadientes fuimos al restaurante. Nos distribuimos entre las mesas por afinidades: chicos, chicas, compañeros. Llegó Borja Mari y buscó su afinidad con la mirada. Y la encontró junto al jefe. Como bien dijo un amigo mío, también allí estaba trabajando.
QUE SE JODA.
10 diciembre 2018
Retoños escritos
El primer día noté cosas y mi opinión fue consolidándose con cada pequeña hazaña de Borja Mari. Recuerdo claramente la primera vez que me sentí mal. Estaba revisando las tareas del día cuando llego a un correo que me llamó la atención. Un amigo me había incluido en un loop de correos sobre un tema en el que yo había trabajado. Vaya. Era sorprendente que no me hubiesen copiado en una cuestión esencialmente mía.
Pronto comprendí. Con un par de vueltas a la rueda del ratón vi que era una conversación creada por nuestro niñato y en la que había “olvidado” copiarme pese a que yo era el dueño del proyecto. Pero lo peor es que en su ya habitual ignorancia usaba textos míos con pequeñas modificaciones para ajustarlas al nuevo contexto.
Esos putos párrafos tenían la misma estructura y transiciones que un informe mío que sólo había circulado en mi departamento. Porque las ideas son como los hijos: una madre siempre tiene un instinto especial para reconocer los suyos. Se pueden cambiar todas las palabras de un texto, pero es muy difícil maquillar las transiciones y la estructura interna de un artículo. Especialmente si es tuyo.
Como gilipollas que soy, me limité a encabronarme y dejé ahí mi mal sentimiento. Pero quizá, sólo quizá, debería haber montado la de Dios. Sin duda mi jefa le habría defendido argumentando cualquier gilipollez, pero quizá, sólo quizá habría mitigado mucho dolor posterior.
18 octubre 2018
Borja Mari y el tamaño.
Cuando pienso en el fichaje de Borja Mari, creo que a mi jefa la perdió el instinto maternal. En la entrevista debió dejar volar su imaginación y tuvo una visión de Borja Mari sentado en sus rodillas mientras le daba de comer de sus ingentes berzas. Al volver, tanto rollo maternal la hizo enternecerse y le dio el puesto. Casi seguro que sí.
Los pensamientos de mi jefa deben ser como las vírgenes de las iglesias, todo puro y maternal. Yo, que soy más cruel, imagino el momento más cercano a Mari Carmen y sus muñecos. El enano del Borja Mari enterrado entre las berzas de mi jefa, pataleando para que le suelte.
Lo cierto es que volviendo a esto del tamaño, tiene sus pros y sus contras. En positivo, el ahorro: Borja Mari es tan diminuto que se puede poner la ropa de un Madelman. Todo baratito, y con gran variedad: el explorador, el astronauta, el policía... Todo conjuntado. De hecho me he fijado que los viernes, que nos dejan venir a currar de paisano su ropa está como acartonada. Normal, hace 20 años que no se fabrican los Madelman, y por mucho que laves y planches, la ropa no da más de sí. Con el tiempo tendrá que pasarse a modas más actuales como los Power Rangers o los Teletubbies. Aunque quizá sea demasiado informal para ir a trabajar. No sé, mi jefa dirá. De todas formas tiene que se la leche ir a una reunión vestido de Teletubbie.
Por otro lado, el tamaño reducido tiene en contra aspectos como la seguridad vial. Cuando Borja Mari va en coche tiene que levantar las pezuñas para alcanzar el volante. Los ojos le llegan justo al nivel del salpicadero. Ni distingue los pasos de peatones ni ná. Un peligro. Y en el transporte público también hay problemas. Le tienen que aupar para llegar a la barra. Y claro, si se agarra no le llegan los pies al suelo. Viaja en modo trapecista.
Pero vamos, que esto del tamaño también tiene alicientes para mí. Un día de estos voy a comprar el Campo de Concentración de los Barriguitas y me lo voy a llevar al curro. Cuando mi jefa no me vea voy a meter dentro al enano y lo tendré unos días a base de agua y migas de pan.
El próximo puente lo pasará en mi nuevo juguete. Espero que mi jefa no me pille.
02 octubre 2018
La foto
Iluso de mí.
La jefa había anticipado que la foto debía representar la tecnología que utilizamos, así que pedimos prestados unos cacharritos: un iPad, un par de tablets baratas y unos móviles. Todo mediocre salvo el cacharro de Apple. Supongo que esa fue la razón por la que al aparecer el fotógrafo Borja Mari esprintó hasta el iPad y lo agarró con las dos manos. Lo quería para él solo, por eso del tonto y el lápiz. Mi jefa miraba con cara de mala hostia, pero aguantó callada.
Nos llevaron a una sala elegante presidida por el logo de la empresa. Mientras el fotógrafo preparaba su equipo, comentó que el elemento más visible de una foto es siempre el del centro. Y claro, se desencadenó la acción: mi jefa y Borja Mari corrieron hasta el centro del logo. Llegaron a la vez y se pusieron tan juntos que se tocaban hombro con hombro. El enano hacía que leía el iPad mientras mi jefa miraba hacia otro lado. Como si no fuese con ellos. Después de unos segundos empezó una lucha a culazos. Mi jefa, gorda como un camión, no era capaz de desplazar al enano, que con menos carnes que una bicicleta se contorsionaba esquivando culazos. Disfruté del bochornoso espectáculo. Parecían cerdos peleando por bellotas.
26 septiembre 2018
Estupidez esférica
Para permitirnos escuchar más que hablar.
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En el Madrid de las prisas, donde los días corren como si alguien les pisara los talones, vivía Belén, una pelirroja de melena siempre un po...
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J orge llevaba una vida tan tranquila y predecible que hasta las palomas del parque bostezaban al verlo pasar. Cada mañana, a las 7:00 en pu...
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Yo subía con una caja de libros, sudando a mares. No había ascensor en ese viejo edificio, solo peldaños interminables. Ella bajaba con paso...