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jueves, 2 de septiembre de 2021

Medias verdades

Hace años conseguí lo que en su momento me pareció una hazaña: pasar un finde en Lisboa con un colega. La primera vez que volaba sin mis padres!!! Me sentía mayor. Y feliz. 

Del viaje puedo contar poco. Estuvimos tan borrachos que sólo recuerdo el hall del hotel. De la ciudad me suena que tiene un río y poco más. Pero miento. Sí guardo un recuerdo. Es de antes de salir, por lo que estaba sereno. Os cuento. 

Salíamos un viernes por la noche, ya sin luz en el cielo. En la sala de embarque, junto a nosotros, había un ejecutivo con apariencia cansada y adinerada: traje caro, reloj ostentoso y maletín de piel a punto de estallar de tanto papel. Destilaba poder. 

Le miraba sintiendo admiración por esa vida de negocios cosmopolita. Ese señor volvía a casa después de hacer cosas importantes. Mientras le observaba pensativo apoyó el zapato en el asiento de delante y bajo el pantalón asomó una media. No un calcetín, sino una media como las de las señoras. Yo no trabajaba aún y eso del dress code y la elegancia me quedaba grande. Me sonaba que era una prenda elegante pero me extrañó no ver calcetines normales. Y se me grabó aquella tontería, vete a saber por qué. 

Hoy, muchos años después, también estoy en un aeropuerto. Es temprano y viajo a otra ciudad. Por trabajo. No llevo traje ni tomo decisiones importantes, pero me ha vuelto a la cabeza aquel señor. Estoy rodeado de señores como él, pero no me causan ninguna sensación. Tampoco sus medias. 

Mi punto de vista ha cambiado. La vida cosmopolita no me resulta envidiable. Pasar la vida en lugares prestados con compañías profesionales en lugar de personales no me atrae. El dinero compensa un poco, pero no llega a taparlo todo. 

Mientras de fondo suena el embarque para mi vuelo pienso que las medias que vi en su momento eran algún tipo de aviso del destino: si vives con medias, vives a medias. 

Aterriza y disfruta lo que puedas.

miércoles, 12 de febrero de 2020

El entrevistador

Tengo la mente distraída. Frente a mí, al otro lado de la mesa, hay un gordo asqueroso. Suda y se intuyen manchas de sudor en los sobacos. Puedo ver saliva reseca en la comisura de sus labios. El traje le queda pequeño. La chaqueta le va a estallar de un momento a otro y debo tener cuidado porque si me atiza un botonazo me arranca la cabeza. Pero lo peor de todo es su boca. Parece el agujero de un culo. Redonda. Pequeña. Arrugada. Qué asco, coño.

Lo malo es que estoy en una entrevista de trabajo y hace ya una hora que aguanto sus preguntas incordiantes: que si sé usar una calculadora, que si sé poner un café o hacer una fotocopia. En fin, que se nota que valora mi título de Ingeniería. Le observo y no puedo quitarme de la cabeza que es una de las personas más repugnantes que he visto.

El gordo disfruta abusando de su posición y riéndose de mí. Porque esto parece más un interrogatorio policial que una entrevista. Me ha preguntado lo mismo veinte veces, del derecho y del revés, intentando encontrar contradicciones que sólo existen en su mente oronda.

Me vuelvo evadir. De repente me doy cuenta de qué va todo esto. Resulta que la entrevista es el pequeño momento de gloria del obeso. Es el placer supremo del hombre-porcino, el preciso momento en que su vida reseca se convierte en un oasis. Por unos minutos se siente superior a los demás.

Entonces vuelvo a la entrevista y pienso que los 600 Euros que me ofrece no son para tanto. Mi dignidad vale mucho más que eso. Escucho lejanamente que el gordo dice con voz babeante "en mis 10 años de experiencia..." Aprovecho el momento para levantarme lentamente. Me abotono la chaqueta mientras me giro y salgo sin abrir boca.

Casi ni me doy cuenta pero me voy sonriendo. Soy libre, y mientras me pierdo entre calles abarrotadas me da por pensar que el señor que me ha entrevistado nunca ha tenido 10 años de experiencia.
Tiene media hora de experiencia repetida durante 10 años.


* - Va por los que están en paro o buscan su primer trabajo. Para que nunca se encuentren en situaciones similares.

viernes, 10 de enero de 2020

Tiempo

Hace tiempo que mi muñeca izquierda es huérfana. A los 32 años noté que me picaba la muñeca con persistencia, justo debajo del reloj.

Intenté resistirme, pero pasaban los días y el picor se incrementaba hasta convertirse en obsesión.

Examiné cuidadosamente la correa del reloj. Estaba en buen estado. Aun así decidí cambiarla por otra, de titanio y antialérgica. Cara, pero según el vendedor, infalible. Ya. Durante tres días exactos. Porque al cuarto me picaba más que antes.

Acabé desistiendo y me quité el reloj. Empecé a llegar tarde a las reuniones. Comía en horarios irregulares y empleaba más tiempo del debido en algunas tareas. Pero también me di cuenta de que todo era más elástico. La tensión de los plazos que me aprisionaban se difuminaba. Mi agenda no era tan intensa. Me avisaban de las reuniones justo cuando comenzaban. Y duraban hasta que los temas se cerraban, no hasta una hora planificada.

Y en mi tiempo libre empecé a comer cuando tenía hambre y a dormir cuando tenía sueño. Me levantaba cuando estaba descansado. Mi vida empezó a llenarse de ratos y ratitos mientras se vaciaba de horarios y agendas.

Años después reflexioné y se me ocurrió ponerme una pulsera en la mano izquierda. De cuero, como la del reloj. No pasó nada. Luego una de acero, y después una de titanio. Tampoco pasó nada. Al final me las quité todas.

Mi piel no era alérgica al reloj. Lo era mi alma.

No sé para qué llevaba reloj si nunca tenía tiempo para nada.

martes, 10 de diciembre de 2019

La corbata

Tengo una foto en la que salgo con corbata. No es ni mala ni buena, pero mi cuello aparece aprisionado en una corbata.

Además de tener una foto, estoy haciendo un curso. El curso tiene asignaturas online en las que trabajas con gente que no conoces personalmente. Para suavizar un poco el anonimato nos han pedido que pongamos una foto en nuestra ficha. He puesto la de la corbata.

No sé muy bien porqué, pero que cada vez que alguien menciona mi foto hace alusión a la corbata, a la seriedad que representa llevarla, o directamente suelta una risita. A la gente le resulta divertido que lleve corbata. Por eso me he puesto a pensar en porqué la llevo.

Curro en un banco, y debo reconocer que en cierto tipo de trabajos el mayor o menor uso de la corbata va ligado al imaginario respeto que se asocia a esa profesión. ¿Qué esperamos de un banco al que le confiamos nuestro dinero? Pues un señor respetable, lleno de telarañas, quien sin duda cuidará diligentemente de nuestro dinero. Un banquero en chándal resultaría sospechoso.

Por otro lado, en el mundo de Internet se prescinde de la corbata como parte del atuendo. Desde el comienzo de la actividad de este sector ha habido un rechazo generalizado a esta prenda. Creo que está relacionado con valorar el mundo de las ideas por encima de la apariencia.

Pues bien, trabajo en un banco, en el área de Internet. Agua y aceite. Mala mezcla. ¿Qué hago? Llevarla, como me mandan, que al final son ellos los que pagan las rondas.

Pero además, como soy despistado, uso la corbata de recordatorio. Es una pequeña soga alrededor del cuello que me pongo todas las mañanas para no olvidar que soy como un condenado al patíbulo. El suelo se puede abrir debajo de mis pies en cualquier momento y tener consecuencias "incómodas". La tensión laboral es perpetua y no conviene olvidar donde estamos. Por eso la llevo.



De todas formas, mejor que no existan corbatas en Internet. Dejémoslas en los bancos, los ministerios y otras empresas que aún no se han enterado de que estamos en el siglo XXI.

viernes, 18 de octubre de 2019

Estúpidos tecnológicos


Me lo dijo mi abuelo. Hablar bien consiste en que todo el mundo te entienda. Y que razón tenía...

Os preguntaréis a qué viene esto. El otro día estuve en una conferencia en una consultora muy importante: planta alta de un rascacielos, trajes impecables, señores enérgicos con aspecto ejecutivo. Después de una ronda de cafés para soltar el ambiente, comenzó la charla. Y vino mi abuelo a la memoria.

Los ponentes empezaron a hablar en una lengua desconocida, en la que mezclaban palabras comunes con otras que no venían en el diccionario. Cosas como "el benchmarking es un KPI para rolar" o "el feed del RSS". Incluso a veces llegaban a lo exótico con términos como VPN, API, RSS o XML. Menuda pasada. Por un rato pensé que me había colado en una reunión de masones, como en los libros de Dan Brown. ¡Lo que iba a presumir cuando lo contase!

Pero que va. Era una charla profesional de señores que se hacían los interesantes diciendo cosas raras. Era su patio de colegio: en lugar de ser el abusón de la clase, allí ganaba el que más sandeces enlazase en la misma frase. Y joder, los había con talento.

Después de varias horas me dejaron irme. Volví a un mundo en el que las cosas tenían nombres conocidos.

Y pensé que cuando era pequeño a la gente así se les llamaba estúpidos. Ahora se les llama casi igual. Estúpi-2.0

jueves, 3 de octubre de 2019

La eficiencia

Dice Wikipedia que "La palabra eficiencia proviene del latín efficientia que en español quiere decir, acción, fuerza, producción. Se define como la capacidad de disponer de alguien o de algo para conseguir un efecto determinado."

En mi trabajo es una palabra temible. Se nos eriza el cabello al oírla. Con "eficiencia" se refieren a la cantidad de dinero que hace falta invertir para ganar un Euro. Por poner un ejemplo, si nuestra eficiencia es del 100%, gastamos un Euro para ganar otro.
Una tontería, no? La cosa está en gastar muy poco para ingresar ese Euro.

Para conseguirlo fichan a gurús de la estupidez, indigentes intelectuales que desconocen de qué hablan, pero se llenan la boca de tontadas que recitan con mucha seguridad. Ahí empiezan los problemas, con los nuevos iluminados del PowerPoint. Mentes calenturientas que desconocen el negocio en el que trabajan pero ven gastos que recortar por todas partes.
Juro que nos han bajado la temperatura de la calefacción, y no es para mantenernos jóvenes...

Reflexionando, pensaba en qué sucedería si buscasen la eficiencia en las personas. Imaginad una presentación. Una pantalla con una lámina llena de flechas y cajas de texto y uno de éstos vendemotos con un puntero láser señalando la imagen de unas piernas. La reflexión podría ser algo como:

  • En la parte inferior del cuerpo existen dos apéndices (las piernas) que pueden ser sustituidos con facilidad por opciones estratégicas más rentables.
  • No tienen apenas utilidad. Los empleados no se desplazan mucho de sus mesas, o no deberían hacerlo. Con nuestra propuesta se mejora la productividad, evitando distracciones innecesarias.
  • El mercado nos proporciona una alternativa económica llamada silla de ruedas. Permite la misma funcionalidad y tiene bajo mantenimiento.
  • La implantación de las sillas de ruedas permitirá un considerable ahorro en instalaciones, dado que sólo tendríamos que pagar las mesas. La silla se la trae puesta el trabajador.
  • Existen importantes subvenciones para la compra de sillas de ruedas.
  • Los ayuntamientos están haciendo grandes inversiones en adaptar las ciudades a la movilidad en silla de ruedas, por lo que existe una sinergia que aprovechar.
  • Existe un movimiento social muy favorable a los lisiados, que sin duda generará un marketing viral de alto ROI.
  • Nuestra conclusión es que la empresa debe proceder a amputar las piernas de sus trabajadores con el fin de maximizar resultados sin afectar al rendimiento.
¿Exagerado? Los cojones. Si pudiesen, lo harían.

No os quepa duda.

martes, 1 de octubre de 2019

Pensamiento lateral


El otro día nos explicaron en un curso una técnica curiosa: el pensamiento lateral. Se trata de producir ideas que estén fuera del patrón de pensamiento habitual, que podríamos llamar vertical.

En mi caso, el pensamiento (al menos en el curro) es netamente vertical. Se plantea un objetivo y lo sitúo arriba del todo. Voy poniendo etapas por debajo hasta alcanzar la conclusión. Todo muy secuencial, comprensible, desagregado.

Como suele suceder cuando me explican algo nuevo, pensé en aplicarlo. ¿Sería fácil? Imaginemos que mi jefa me encarga un proyecto. Tal y como lo hago ahora, pienso en lo que me han pedido, y voy añadiendo etapas y pasitos que me conducen a ejecutarlo. De arriba a abajo.

Ahora apliquemos el pensamiento lateral. Eso de ideas extrañas aplicadas al proyecto. Para simplificar lo haremos por partes.

1) Aplico el pensamiento lateral izquierdo. A la izquierda de mi mesa está la puerta del departamento. Esa puerta me sugiere café, calle, libertad, ocio. Demasiadas cosas para aguantarlas en el curro. Lo más probable es que si incido en esa línea de pensamiento me levante y me vaya. A lo mejor si lo pienso mucho ni vuelvo.
Casi que descarto el pensamiento izquierdo.

2) Ahora veamos el pensamiento lateral derecho. A mi derecha tengo un compañero que es un trepa. Un trepa como no lo había visto nunca. Es tan trepa que debería donar su cuerpo a la ciencia para que lo examinen. Cuando pienso en él me pongo de una mala leche que no puedo. Se me eriza el vello de los brazos y me cargo de adrenalina. Si sigo pensando en él, me levanto y le suelto una hostia. Y luego le cogería del cuello hasta que se ponga rojo.
Mejor descarto también la derecha.

En fin, que soy de la vieja escuela. Si empiezo a pensar de lado me pierdo. Acabo despedido o en la cárcel.

Por mi salud y la de mi compañero, pensamiento vertical.









Nota - Mi compañero de la derecha es normal. Sólo mencionaba una situación pasada.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Las aristas del destino

Admiro a Mario Conde. Hoy le he visto en la tele y sigue desprendiendo esa desafiante seguridad en sí mismo. Tiene buena planta, refinada cultura, y una  inteligencia que destila por cada poro de su cuerpo. Oírle hablar es un placer. Estructura sus ideas con claridad, se hace entender, y si lo necesita  puede ser demoledor argumentando. 

Son tantas cosas a su favor que la vida le acompañó hasta un punto en el que no está claro si se hundió o le hundieron, pero ciertamente consiguió una ascensión meteórica en la escala social. Fue el referente del triunfo para  toda una generación. Admirado por todos, se extralimitó hasta hundirse en su leyenda.

Verle me ha hecho reflexionar sobre el destino y la capacidad que tenemos  para modificarlo. Nos gusta pensar que dominamos nuestras vidas y que el esfuerzo es  recompensado, pero  muchas veces las aristas de la vida están tan afiladas que no nos permiten rodearlas.

Pensaba en los factores que llevaron a Mario Conde a triunfar. Mucho esfuerzo, y porqué no, una pizca de suerte. Y pensé que todo se compone de un encadenamiento de factores sencillos. Se me ocurrió que desconozco el segundo apellido de Mario Conde. Podría ser que lo esconda, o podría ser que simplemente no lo conozcamos. Porque factores como este pueden condicionar una vida.

Imaginad por un momento que su segundo apellido fuese Playa. Ahora leed deprisa su nombre y los dos apellidos.

Creéis que alguien con ese nombre llegaría a dirigir un banco? Seguro que no. 

Porque las aristas del destino a veces se afilan, pero otras veces, pocas, se redondean.

PD - Poco se habla entre los que pronunciamos en castellano de que la madre de Orson Welles. Si está buena mujer se llega a apellidar Achoto, él se habría llamado Orson Welles Achoto.

domingo, 28 de julio de 2019

Talento

Si tienes algún talento, en vez de usarlo para llegar más lejos, úsalo para llegar más acompañado.

lunes, 22 de julio de 2019

Magos y Brujos




El que sabe de qué habla no necesita Powerpoints. 
Steve Jobs




No sé en vuestras empresas, pero por los pasillos de las mía circulan vendedores de humo, pseudo-gurús, expertos de etiqueta y auténticos genios de los efectos especiales capaces de crear un ambiente cargado de "pequeñas partículas en el aire resultado de la combustión incompleta de un combustible". Lo que vulgarmente se conoce como humo, vamos. Algunos lo generan en proporciones tan desmesuradas que impiden ver lo que hay detrás. Es la nueva tarea de los falsos Mesías, que se suman a cualquier fiesta aunque no tengan ni puta idea de lo que dicen.

Son nuevas formas de comunicación empresarial que relaciono con la dialéctica griega. Porque la palabra procede del griego dialegomai, que significa diálogo, conversación, polémica, y refleja la manera de llegar a la verdad mediante la discusión y la lucha de opiniones. En contraposición tenemos la "retórica", donde el diálogo está ausente, y una sola persona argumenta defendiendo su postura. ¿Qué opináis, que en mi empresa se utiliza la dialéctica o la retórica? La retórica. A saco. Pasando ampliamente de las opiniones ajenas. Las reuniones y las presentaciones se hacen con el exclusivo fin de aprobar una idea prefijada, sin margen de reacción. La idea la comparto con Steve Jobs, quien entre otras citas soltó la de arriba, la del Powerpoint. Para mí tiene especial sentido porque me recuerda el coñazo del día a día en el que asisto a multitud de reuniones que sólo tienen en común su improductividad y el Powerpoint. Las presentaciones son al directivo lo que el lápiz al tonto.

Si analizáis cualquier presentación, comprobaréis que interesa más la exhibición que la demostración. Buscan hipnotizar al público y usan eslóganes, verbos en infinitivo, imágenes que no tienen nada que ver con lo que se está diciendo. Los poetas del Powerpoint contaminan el discurso generando documentos llenos de palabras huecas como "implementación", "roll-out" o "vertebración". Usan términos que no entienden, pero siempre con muchas sílabas. Así, con proyectar una lámina espectacular, cualquier ignorante puede hablar de  lo que desconoce con una soltura aberrante.  Esto no va de mejorar o pulir ideas, sino de convencer, de que se haga o se compre algo. Se busca aprobar ideas inamovibles, no sujetas a discusión. 

Estos magos de Powerpoint simplifican el discurso hasta el límite en un ejercicio de reducción y jerarquización. Impiden elegir dando un punto de vista hecho. Consiguen que nos sumemos a su pensamiento, evitando toda capacidad de razonar, de discutir, de criticar. Nos convencen con tres imágenes y cuatro lemas. Como si fuésemos niños.

Hasta hace unos años los magos llevaban traje y chistera.  Envolvían todo en un aura de misterio, hasta que sacaban algo inesperado de la chistera, convenciéndonos de que la magia existe. Hoy llevan un USB, utilizan proyectores y su chistera se llama Powerpoint. De la chistera sale humo y nos confunden hasta convencernos de que su opinión es correcta. Aunque no lo sea. 
¿Siguen siendo magos, o se han convertido en brujos? Habrá que buscar detrás del humo.

Ampliación con un poco de culturilla

Para demostrar el efecto del humo y de las frases deslumbrantes (y vacías) el físico Alan Sokal ideó hace unos años un experimento bastante aclaratorio.
Escribió un artículo para una revista norteamericana con un título memorable: Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravitación cuántica. En él, hablaba con un lenguaje incomprensible, de todo lo que se le iba ocurriendo: psicología, sociología, antropología...
El artículo pasó la criba del Comité de Selección y recibió críticas muy elogiosas de los lectores, que alababan, entre otras cosas, su “claridad de expresión”.
Un mes después, el autor del engendro confesó que era una broma, nada de lo que decía en el artículo tenía pies ni cabeza. Había creado el texto usando las palabras más enrevesadas que conocía y, en muchas ocasiones, había copiado y pegado de artículos que hablaban de temas diferentes. Pero de fondo no había absolutamente nada, solo humo: ni una teoría, ni un dato, ni un ápice de información real. Cuando se trató de averiguar cómo había podido tener éxito, la respuesta más habitual de los que cayeron en la trampa es que se habían dejado engañar por la mezcla entre frases y humo que no podían rebatir, y el prestigio académico del autor.

Como nosotros.

martes, 2 de julio de 2019

Ideas

Decía Sócrates que la verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia. Pero la realidad es tozuda y el único sitio donde la gente reconoce su ignorancia es un juzgado, y además casi siempre es mentira.

Entiendo que nuestro amigo griego habla de tener la mente abierta a las novedades o la experiencia de otros, y por eso me pregunto si las ideas son un destino o un punto de partida.

Si son un destino, son el resultado de lo que has visto y reflexionado, de los datos que tienes, de la información que manejas. Nunca tendrás todos los datos ni toda la información, pero al menos puedes cambiar tus ideas cuando tengas nuevos datos. Tu pensamiento evoluciona y está abierto a nueva información que intentas asumir sin prejuicios.

Si por el contrario las ideas son un punto de partida, el marco de referencia con el que juzgas todo, incluidos nuevos datos o información, siempre creerás que tienes la llave para entender el universo. Tienes ideas inamovibles. Sin saberlo perteneces a una hermandad milenaria de cuñados que sabe más que nadie de todo.

Porque todos tenemos creencias, pero lo que diferencia las creencias racionales de las irracionales es que las primeras están sujetas a revisión y las segundas no. Si vemos un barco en el mar, es racional y razonable pensar que flota por el principio de Arquímedes. Creer que flota por el buen karma del capitán es, cuando menos, raro. Y siendo ambas creencias, no son iguales. Una está sujeta a la ciencia, a la experimentación y a la opinión de muchos. La otra no. Cualquier intento de verlas como equivalentes es una traición a la razón, a la herramienta que nos ha permitido avanzar hasta donde estamos.

Mantener una opinión cuando tienes nuevos datos es poco inteligente. La coherencia consiste en mantener una lógica, no una afirmación.
Aunque tengamos que agachar la cabeza.

miércoles, 12 de junio de 2019

Proverbios chinos

Siempre he creído en los proverbios chinos. Como hay tantos chinos, entiendo que alguno llevará razón y tomo en serio sus cosas.

Quizá por eso recuerdo una conversación con una amiga con la que después de un rato arreglando el mundo, terminó con una frase lapidaria: "He pensado mucho en estas cosas y la solución estaba en un libro que leí hace años —dijo mientras miraba al suelo pensativa—. En una aldea china, una chica joven e inexperta preguntó a la mujer más anciana si la vida es triste o no, y la anciana le respondió con un escueto sí."

Desconozco el título del libro, pero la frase es cierta. Como a la anciana, la vida te enseña que sufres para tener un respiro y después, volver a bajar. No sé qué me deparará el futuro, pero por si acaso, putos chinos.

Añado un epílogo: creo que el hombre, cuando alcanza la madurez, percibe la realidad de la vida. A veces el viaje no ha merecido la pena. Y lo que queda es aún peor.

lunes, 10 de junio de 2019

El miedo de mi amigo

Tengo un amigo grandote con pinta de bruto y una fina inteligencia que habitualmente lleva a pisar las alfombras de la lógica y lo razonable. Es de provincias y adorna lo que dice con un aire rústico que le hace muy auténtico. Estas, otras muchas virtudes, y una amistad de años hacen que confíe en él y en su criterio. Por eso es el único en el trabajo que sabe de mis pastillas.

El otro día andaba con él tomando algo junto a la máquina de café y surgió la historia de Melendi, el compañero que se sienta frente a mí.

Melendi es un tío delgado, cuarentón y risueño que una mañana se encontró regular y fue al médico para que le diagnosticaran tensión alta. Un par de días después volvió a suceder, y su tensión todavía más alta la resolvió el médico con una recomendación de que no tomar sal y algo de dieta. Al final, en una de sus demasiado habituales visitas, topó con alguien competente que le dedicó tiempo y resolvió que  a pesar de su aspecto exterior, su corazón estaba seriamente enfermo. Tanto que le han operado de urgencia para implantarle tres bypass. 

Ha tenido suerte. Tiene críos y una esposa a la que adora, de no operarse cualquier mañana habría caído muerto sobre el teclado para convertirse en una simple historia de esas que llenan los pasillos de corros. De momento tiene tiempo extra, por lo que la vida no ha sido mala del todo.

Entre sorbos, mi amigo grandote y yo hablábamos de lo frágiles que somos y de que por mucho que lo ignoremos, colgamos de un hilo tan fino que puede quebrarse en cualquier momento. Pensé que no me da miedo morir, pero quiero ver crecer a mi hija. No hacerlo sería horrible, por lo que deseo febrilmente vivir.

Mi amigo decía que las enfermedades físicas le dan miedo, pero las percibe tangibles y cercanas y le dan menos respeto que las del alma -o la cabeza, por decirlo en claro-. Piensa, con su innata sensatez, que enfermedades como la depresión o la angustia son globos pinchados que vuelan descontrolados y no se sabe donde acabarán. Y es cierto que alguien como Melendi tiene un cuerpo enfermo pero una mente sana que lucha por vivir, y sin embargo la otra enfermedad, la que da miedo a mi amigo, produce cuerpos sanos que quieren morir. Y eso me da miedo. 

Como a mi amigo.

lunes, 3 de junio de 2019

Pensadlo


Cuando alguien, hablando de otro, dice "es muy inteligente, pero..." habla de un jodío vago.

Pensadlo.

viernes, 10 de mayo de 2019

Apuestas

Siempre fue brutal. El padre de mi madre, digo. Porque Maximino era brutal. Tuvo un perro al que pegaba a menudo, y años antes un burro al que dio tantos palos que un buen día se rebeló y  le devolvió tal coz que casi le deja en el sitio.

Escarbando en su vida, esa atroz personalidad parece casi normal. Nació en un pueblo donde todos debían ser un poco salvajes. Siendo ya anciano me contó una historia sobre dos paisanos suyos que apostaron para ver quién era capaz de comer más guindillas. Uno de ellos era “Ovejoto” -apodo ganado por ser pastor- y del otro no sé nada, pero sé que llevaron la apuesta tan lejos que uno de ellos falleció en el intento. Quiero pensar que al menos ganó, pero esa parte no la conozco.

Pese a todo, Maximino fue un chico guapo y de buena familia. Además contaban que era inteligente. Un chico con futuro. Esas virtudes le llevaron a comprometerse con Ciriaca, la hija de los ricos del pueblo.

A su vez, en el mismo pueblo, la joven Juliana estaba comprometida con un tal Santiago, el guapo del pueblo. Juliana era conocida como “la niña”, por ser una niña bonita. De su familia sé poco, pero debían tener dinero porque una hija de Juliana, con muchos años ya, recuerda que la casa familiar era grande y tenía cuadros por las paredes. Además, todo el mundo se dirigía a su abuela llamándola “Doña”.

Comprometidos Maximino y Juliana, surgió una apuesta. Otra. Alguien, probablemente ellos mismos, quiso saber si eran capaces de abandonar sus compromisos y casarse con la prometida del otro. Dicho y hecho. Abandonaron los trajes de boda pensados para otro, las promesas matrimoniales, y trataron de casarse con la otra pareja.

De Santiago no sé nada, pero de la pobre Ciriaca sé que siguió soltera para siempre. Su familia, herida en el orgullo, desafió de tal forma a Maximino que tuvo que dejar todo atrás y huir en bicicleta  -casado, eso sí- a otro pueblo.

Mi madre me contó que mi abuela siguió toda la vida mencionando a Santiago de vez en cuando. Pero lo impresionante se da al fallecer Juliana. Maximino, al poco de enviudar, envió a un hijo a buscar a Ciriaca, a la que ya no encontró. Tanto la recordó, que pidió ser enterrado con el traje que tenía para casarse con Ciriaca. Lo guardó toda su vida,  esperando usarlo algún día. Y doy fe que lo consiguió, porque con esa ropa está enterrado. Sesenta años y ocho hijos después, honró a la novia que abandonó y no a la esposa que tuvo. Cuatro vidas destrozadas por un orgullo que les llevó al delirio y al infortunio.

Hasta esto tiene una moraleja. Nuestro tiempo es tan breve que en materia de felicidad siempre es mejor una hora antes que un minuto después. Ciertas cosas hay que resolverlas a tiempo.

* - La historia parece literiaria, pero es cierta como la vida misma.

jueves, 28 de marzo de 2019

El salón blanco

El pasado viernes mi jefa nos invitó a comer. Algún libro de management debe sugerir organizar comidas, porque con su profunda sociopatía, sé que no le apetecía. Estaba fuera de lugar.
Pensé mil excusas para escaquearme, pero no pudo ser. 

Nos llevó a la calle Serrano, a un sitio fino de cojones. Tanto que me costó entender que el señor que nos recibió era un camarero. Parecía un directivo el cabrón. Con inmaculadas maneras nos guió hasta una sala al fondo del local. Una estancia minimalista, decorada en un blanco tan luminoso que hacía daño a la vista. Mesas blancas, sillas blancas, paredes blancas. Sin cuadros ni adornos. Una versión cara del purgatorio. 

En un visto y no visto una horda de camareros –estos sí que lo parecían- colocaron platos y cubiertos, hasta que aquello pareció una mesa normal. Se esfumaron tan deprisa como aparecieron. La carta, enorme y por supuesto, blanca, indicaba platos de ingredientes desconocidos del tipo "deseo marino con crema agria nocturna" y precios astronómicos. 

Acomodado en la mesa miré alrededor. Vi señores pavoneándose graves, importantes, seguros de sí mismos. Pelo largo y amplias sonrisas. Ropa cara, siempre una talla por debajo de la correcta. Relojes grandes que brillaban con estridencia. Apuesto a que la mitad de esos señores se llamaban Borja Mari. Y no pierdo.

Como ruido de fondo sonaban carcajadas ostentosas mientras estos individuos, arrogantes y sobrados, brindaban con sus copas. El camarero-ejecutivo se acercaba por allí y les hablaba bajito, como avergonzado. Ni caso le hacían al pobre. Se comportaban como estrellas del cine con sus deplorables maneras de nuevos ricos.

No lo puedo evitar. Me repugnan sus maneras. Ya sea el éxito o su despreciable dinero, algo les hace distintos. Al mundo que conozco, digo. Porque se nota que viven sin miedo a la cola del paro, que no saben lo que es madrugar para ir a trabajar, que no conocen los escrúpulos ni la vergüenza. 
A su lado me siento mal. Percibo mi vida como algo cutre, un poco de otra división. Viéndoles sé que ellos cada mañana se felicitan ante espejo por quienes son y que después dedican el día a celebrar su buena suerte. Como hicieron ayer y como harán mañana. Porque la vida es más bella para algunos.

Al salir del restaurante me crucé con un señor que trasladaba sus escasas pertenencias en un carro de supermercado. Nadie parecía verle. Creo que rompía el paisaje. Me acerqué a darle una moneda y volví a pensar en los señores del restaurante. Sentí un intenso desagrado. Aún hoy noto que ese sentimiento me sale de dentro. Está por encima de mi control.

Mientras paseaba de vuelta a casa tuve una revelación: el restaurante era blanco para que no perdamos de vista la obscena prepotencia de Borja Mari y sus mariachis, para que cada segundo seamos conscientes de la enorme distancia que nos separa. Doy fe que lo han conseguido.

Y ya que hablamos de colores, me cago en tu sangre, Borja Mari. Que, según dices, es azul.

miércoles, 22 de agosto de 2018

Ventanas

Hace un par de años investigué mi árbol genealógico. Me sorprendió la cantidad de datos que obtuve, y sobre todo lo lejos que llegué. En algunas ramas hasta el año 1.450. Lo pasé bien. Entre toda esa información descubrí infidelidades, asesinatos y más de un secreto familiar. 

También me di cuenta de lo deprisa que pasa el tiempo y de lo insignificantes que somos. Cada uno de estos señores había tenido una vida como la mía, con alegrías, tristezas y esperanzas. Y ahora esas vidas se resumen en una celda en Arial 10 dentro de un Excel con forma de rama. 
Pero lo que más me llamó la atención fue encontrar suicidas. Muchos, más de los debidos. Y todos apelotonados en línea directa por rama paterna. Parece que hay algo que se transmite con la sangre.

Aunque es un tema un poco tabú, sobre todo porque no me gusta hablar de ello, soy muy consciente de que mi abuelo, mi querido abuelo, se lanzó hace unos años desde la ventana de su habitación. Se sintió enfermo y decidió no envejecer más. Siempre se sintió joven, pero el tiempo le impidió serlo para siempre. 
Nunca olvidaré la desazón que sentí esa mañana en que sonó el teléfono demasiado temprano. Y he recordado que cuando era pequeño mi abuelo me decía con media sonrisa que cuando muriese le tirásemos al río para dar de comer a los peces.

Ya tengo más años de los que me gusta tener y empiezo a entender algunas decisiones difíciles. A veces la violencia con la que se muestran pueden dificultar su comprensión, pero estoy empezando a comprender algunas conclusiones a las que se llega con serenidad.
Porque no siempre el futuro es tan prometedor como parecía años atrás. No siempre puedes girar esquinas y cambiar la dirección de tu vida. Y sobre todo porque he constatado que tenemos una percepción cíclica de la vida, aunque la vida raramente pasa dos veces por el mismo sitio. No siempre existen segundas oportunidades y, a veces, la renuncia es una opción.

Ahora, cada vez que me asomo a una ventana me fijo en el paisaje del otro lado. Y si me gusta y la altura es la adecuada, tomo nota de una alternativa más de las muchas que da la vida. Porque en el fondo todas las ventanas están enamoradas de un suicida. Y porque el suicidio es la manera en que el humano le dice a Dios: "No puedes despedirme, ¡Renuncio!".

sábado, 14 de julio de 2018

Café frío

Otro café frente a la ventana. Llueve y me apetece estar en casa jugando con la niña. De fondo resuena mi jefa envuelta en sus conversaciones políticas. Propone una cena a algún directivo para discutir no se qué tontería. Rodeo la taza con las manos para confirmar que el café está frío mientras me evado de su conversación. No acabo de entender esa lógica de vivir como no te gusta para poder vivir como te gusta.  

Tiro el café en la papelera y dejo de pensar en cosas que no puedo corregir. A veces lo más simple me resulta inexplicable. Porque cuando llueve por dentro no hay paraguas que tape.

domingo, 8 de julio de 2018

miércoles, 11 de abril de 2018

Viva mi padre

Dedicado a un jefe alemán que tuve hace años. Una biografía paralela. Sin más.

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Todo el mundo piensa que soy alemán, pero qué va, soy de Valladolid, de un pueblo de cien habitantes tirando por lo alto. Mi vida actual es una labor de años y mucha concentración, pero he logrado mi objetivo. Lo que tengo me lo he ganado, aunque  en una vida como la mía te enredas tanto en tus mentiras que no puedes ni volver al pueblo.

Hasta los ocho años me dediqué a correr por el pueblo y pegarme con otros niños. Pero mi padre tenía un proyecto para mí: quería que triunfase y diseñó un plan para conseguirlo.

Tengo recuerdos difusos de esa etapa, pero aún veo a mi padre hojeando mapamundis y tomando notas. Por eso, cuando un buen día me dijo: “Hijo mío, tengo un plan para ti” no me extrañé demasiado. Me explicó que a los extranjeros les iba mejor que a los de aquí, y en consecuencia a partir de ese momento me convertía en ciudadano alemán. Así, por sus cojones, y por los de su amigo funcionario que consiguió un nuevo pasaporte con mi nombre en la primera página.

Según mi padre me hizo alemán porque no conocía a nadie que hablase ese idioma, pero creo que  podría haberme convertido en nacional de cualquier país que le hubiese venido a la cabeza. Una noticia en un momento inadecuado me podría haber convertido en afgano o mongol, pero hubo suerte y salió la bolita buena.

En definitiva, de un día para otro pasé de ser Tobias el Zote (así me llamaban en el pueblo), a Tobias Zotik, que según mi padre, tenía más empaque. Ese nombre se grabó en mi flamante pasaporte y desde entonces, en todos mis documentos. Mi nuevo yo.

Todo fue muy deprisa. Después de unas pocas charlas aleccionadoras, mi padre puso en marcha su plan: me hizo la maleta, puso dentro un diccionario hispano-alemán, unos folios con instrucciones de comportamiento y fechas concretas para cada cosa, y me matriculó en el internado de una ciudad lejana. Me convertí en un alemán que venía a estudiar a España.

Mi nueva personalidad me obligó a cortarme el pelo, teñirme de rubio y llevar gafas sin cristales, básicamente porque no las necesitaba. Pero lo más difícil de esos primeros meses  fue no hablar con nadie. Se supone que no hablaba castellano y no podía permitirme excepciones, solo podía gesticular y gruñir, costumbre que tengo grabada desde entonces. Aún hoy se me escapan gruñidos en algunas reuniones.

Reconozco que en el colegio no me fue tan mal. Los niños me respetaban porque era distinto a ellos, un poco exótico. Ellos eran morenos de piel oscura y yo rubio de piel clara. Me costaba un huevo que no me diese el sol, pero supe mantenerme blanco. Fui metódico: lo del sol venía en los papeles de mi padre, y como buen alemán, lo seguía a rajatabla.
Además, chapurreaba historias de mi pueblo en Alemania. No tenía la más mínima idea del nombre de ningún pueblo alemán, así que miré en el diccionario y elegí uno de los términos para la palabra mentira: “Unwahrheit”. Mi nuevo pueblo. Yo era de allí.

Los niños hacían corro cuando contaba historias de Unwahrheit. Resulta que en ese pueblo pasó su infancia Hitler, y acabó haciéndose íntimo amigo de mi padre. De hecho, era mi padrino. Aunque no le veía mucho, tenía entendido que mi padrino prosperó en la vida. Cuando se lo contaba a mis profesores me miraban ojipláticos, se daban codazos y cuchicheaban, pero nunca dijeron nada, supongo que por si acaso. 

Los años fueron pasando y aprendí inglés. Sólo inglés. Nunca he tenido ni idea de alemán, pero nadie lo ha notado. Aún hoy, no tengo ni puta idea. De vez en cuando compro una revista en alemán y hago que leo en voz baja. Emito sonidos guturales mientras paso el dedo por las líneas y todo el mundo parece muy satisfecho. No sé que pone, pero ellos tampoco. Estamos en tablas.

En los últimos años mi progresión laboral ha ido como un cohete. Enviaba un currículo, y en cuanto veían que era de Unwahrheit (estado de Baviera), me llamaban a la entrevista. Un hombre viajado y adaptado a una vida internacional tiene cabida en todas partes.
Manda huevos que nunca me entrevistaron en alemán. Bendita ignorancia española. Me he limitado a hablar un poco en inglés, que a priori es mi tercer idioma, y a cambiar las “r” por “g” cuando hablo castellano. Así que cuando digo “cuggiculum” quedo muy bien. Me pagan mucho dinego, y me guío mogollón cuando pienso en la panda de imbéciles para la que tgabajo.

Y aquí sigo. El provinciano de Valladolid que ocupa puestos de responsabilidad. Si les digo donde nací y quien es mi padre, no sería ni bedel. Pero soy germano, de Unwahrheit para más señas, y me tienen en cuenta. Y me pagan de cojones, aunque el que se merece la pasta es mi padre, más listo que toda esta panda de consultores ignorantes.

¡¡¡Que viva mi padge!!!

* - El señor Zotik fue mi jefe. Y es alemán. O eso dice.