21 diciembre 2025

Manolo al Servicio de su Majestad

El Aston Martin plateado entró en el desguace Pantallazul echando más humo que la parrillada de las fiestas del Carmen. Se detuvo derrapando frente a la montaña de cobre donde el Gusiluz (Yoda) pelaba cables con precisión quirúrgica. Al fondo, junto a las naves de repuestos, se veía una figura imponente de negro moviendo vigas de acero de tres toneladas sin mover un dedo.

Era Darth Vader, que desde que Manolo le convenció de que la Estrella de la Muerte tenía "mucho puente térmico", trabajaba de encargado de logística colocando las estanterías con la Fuerza.

De la cabina del coche salió un tipo ajustándose los puños de un esmoquin que costaba más que todo el desguace. Tenía cara de pedir el agua mineral por su nombre de pila y la mandíbula tan apretada que podría haber cortado diamante.

—Busco a Q —dijo el recién llegado con flema británica—. Mi vehículo requiere asistencia inmediata.

Manolo, que estaba intentando abrir una lata de berberechos con un destornillador plano, ni siquiera se levantó de su silla de plástico de propaganda de Cruzcampo. Entornó los ojos, miró el coche, luego el esmoquin, y finalmente la cara de estirado del conductor.

—¡Ouye, Darth! —bramó Manolo—. ¡Deja las estanterías un momento y ven a ver al Santi este, que dice que busca a un tal "Cu"!

El agente frunció el ceño, ofendido. —Perdone, ¿Santi? No me llamo...

—Mira, rapaz —le cortó Manolo con un gesto de la mano sucia de grasa—, traes la misma cara de mala leche, el mismo peluquín engominado y el mismo coche de "mírame y no me toques" que el Santi el de la Gestoría, que venía aquí a por piezas para un Jaguar hasta que se lo llevó la Guardia Civil por un lío de facturas de piensos. Así que para mí, eres el Santi. Y si no te gusta, me hablas en gallego, que nos entendemos mejor.

Vader se aproximó con su respiración mecánica, haciendo que su capa barriera el polvo radiactivo de la colada de la Charo. Se detuvo frente al invitado y, tras una pausa tensa, soltó por el modulador: —No hay ningún "Q" aquí. Solo estamos Manolo, el personal de mantenimiento... y el orden que impone mi jerarquía.

—¡Exacto! —exclamó Manolo—. ¡Ouye, Santi Bond! Aquí no hay cu-es ni historias. Aquí hay un "Yo", que soy el que manda, y un "A ver", que es lo que vamos a hacer con este coche de juguete. ¡Pero si esto es una jaula de grillos con ruedas, meu rei!

El agente intentó mantener la compostura mientras señalaba los paneles ocultos. —Es un vehículo con blindaje nivel siete y aceite deslizante en los eyectores.

Manolo soltó una carcajada que hizo que el Verdiño levantara la cabeza desde el rincón donde estaba prensando lavadoras. —¡Aceite deslizante dice el artista! Eso lo que tiene es una pérdida en el retén del cigüeñal que te la arreglo yo con un trozo de cámara de tractor y dos bridas. ¡Darth, dile tú lo que opinamos aquí de las corazas finas!

Vader sentenció: —La capacidad de destruir un planeta es insignificante comparada con el poder de un tornillo pasado de rosca. Manolo tiene razón: su vehículo es una debilidad estructural con ruedas.

—¡Lo ves, Santi! Hasta el de la cafetera en el pecho lo ve claro. ¡Gusiluz! ¡Ven aquí, rapaz! Mira lo que dice el Jaimito este. Que tiene un láser de precisión en el reloj. A ver, bicho verde, enséñale tú lo que es un corte de los buenos.

Yoda se acercó, le dio un trago a su botella de orujo de Chantada, y con un chasquido de la Fuerza, hizo que un cable de alta tensión se pelara solo. —Láser, juguete para gatos, es —dijo Yoda con desprecio—. El cobre, respeto, exige.

—¡Vaya equipo tengo, Santi! —Manolo agarró al agente por el codo con firmeza paternalista—. El uno que te pela el cobre, el otro que me coloca las estanterías sin escalera y el sobrino de Ponferrada que me hace de gato hidráulico. ¡Verdino! ¡Levántale el culo al coche del Santi!

Hulk levantó el Aston Martin como si fuera una caja de zapatos. El dueño palideció. Manolo se metió debajo y empezó a sacar cables con la mano desnuda.

—Mira, Santi, te voy a anular los misiles, que eso solo sirve para que te multen los de verde, y te voy a poner una bola de remolque de las buenas. Y ese Martini que tomas... ¡Eso es una guarrada! Darth, dale un poco de lo tuyo al invitado.

Vader le tendió un vaso de plástico lleno de orujo de la casa. El hombre bebió. Sus pupilas se dilataron hasta el tamaño de monedas de dos euros. —Dios mío... —susurró—. Siento... siento la Fuerza.

—No es la Fuerza, es el grado alcohólico, miñaxoia —concluyó Manolo—. Venga, Gusiluz, ayúdale al Verdino a bajar el coche. Le vamos a poner unos neumáticos de invierno de los que le quité al Land Rover del cura. Con eso y un buen sacho en el maletero, ya verás cómo no te gana ningún villano, carallo.

Dislexia Intergaláctica

El silencio anormal en Pantallazul siempre era preludio de desastre. Esta vez, fue la montaña de escombros junto al transformador la que estalló hacia arriba. De entre el polvo emergió, flotando con calma, un ser pequeño de orejas puntiagudas. Aterrizó sobre una losa, abrió los ojos y declaró:

—Hmm… De la destrucción, emerger, un maestro debe. Imponente, la lección, es.

La lección, en la práctica, fue alfombrar de mugre radiactiva la colada impecable que Charo había tendido esa mañana. Manolo, testigo desde su trono de plástico, escupió un trozo de tocino y se plantó en seco.

—¡Ouye, tú, sapillo con ruedas! ¿Pero qué modales de cucaracha en bata de seda son eses, carallo? ¡Que me deichaste la ropa interior de la Charo hecha un Cristo! ¿Sabes la bronca cósmica que me va a caer por culpa de tu teatro? ¡Eso no se hace, meu rei!

Yoda giró hacia él. La solemnidad de su entrada se estampó contra el muro de indignación gallega. —Sutilidad, a veces, la Fuerza, carece. Importar, más, debería.

—¡Lo que tú careces es de sentidiño y de un diccionario bien abierto, caracol con diplomas! —rugió Manolo, señalando el desastre—. Y encima, me hablas como si te hubieran mezclado las palabras en una batidora. ¿“De la destrucción, emerger, un maestro debe”? ¡Pero qué manera de liar la sintaxis, bicho de feria! Lo normal es: “Un maestro debe emerger de la destrucción”. ¡Tienes la cabeza como un nido de avispas, todo revuelto!

Manolo se acercó al pequeño ser y, con esa confianza que solo da el que cree saberlo todo, le agarró un codo con firmeza mientras le hablaba de cerca:

—Escúchame bien lo que te digo, viche, que esto te lo digo por tu bien —le dijo Manolo dándole un par de toquecitos en el codo para que prestara atención—. A ver, saltamontes filosófico, hagamos una prueba. Di algo sencillo. Como: “Manolo, tengo sed”.

Yoda, queriendo demostrar su dominio, frunció el ceño. —Hmm… Sed, yo… tener… Manolo.
Manolo se paró en seco. Se llevó la mano lentamente a la barbilla, con cara de mecánico que descubre que el motor tiene los cables cruzados.

—Hostia… Está clarísimo. Eres disléxico de la galaxia. Lo tengo. No es que seas misterioso, es que tu cabeza baraja las palabras como si fueran una baraja española. Agarras el verbo y lo escondes al final. ¡Eres un trastorno del habla interestelar, bicho sabihondo! ¿En tu templo no teníais logopedas, rapaz?

—¿Dis… léxico? —preguntó Yoda, genuinamente descolocado.

—¡Sí, disléxico, gusano de biblioteca! —exclamó Manolo, volviendo a sujetarle el codo con fuerza—. Mira, fíjate lo que te digo: si ves un letrero que pone “PELIGRO: DERRUMBE”, tú lees “GORELIP: REDRUMBE” y te metes debajo a hacer meditación. ¡Por eso tu Fuerza va más torcida que una cornamenta de cabra! Le das las órdenes del revés. Si le dices a una piedra “Flotar, tú”, la piedra, que es de aquí y es cabezota, piensa: “¿Flotar? Yo aquí estoy bien, gracias, dame un martillazo y verás”. ¡No os entendéis, grillito verde!

Yoda se quedó sentado en su losa, viendo cómo novecientos años de mística se hacían añicos ante el diagnóstico de un tipo con camiseta de tirantes y resaca de orujo.

—¿Y… solución, hay? —preguntó, con un hilo de voz.

—¡Claro que hay, bicho bonito! ¡En Pantallazul reparamos de todo! —anunció Manolo, sacando su botella de plástico—. Paso uno: Aflojar el tornillo de la lengua. Con esto. —Le encajó la botella en la mano—. Orujo de hierbas, del bueno, del que me trae mi primo de Chantada. Esto te pone las letras en fila, de la A a la Z, y sin repetir.

Yoda bebió un trago. Un escalofrío le subió desde los pies hasta las puntas de sus orejas. —¡Ghuuaaah! ¡Como una supernova en el duodeno!

—Eso, eso, ya vas encarrilando, larva iluminada. Paso dos: Terapia de postura. Estás tan encorvado que las palabras te salen hechas un nudo. Endereza el espinazo, carallo. No puedes hablar recto si pareces un signo de interrogación con túnica.

Tras unos crujidos que sonaron a avería estructural, Yoda se enderezó un palmo. —¿Así… mejor?

—Algo es algo, oruga con estudios. Ahora habla. Prueba con algo útil. Como: “Pásame ese sacho”.

Yoda, haciendo un esfuerzo que arrugó toda su cara, probó: —Hmm… El sacho… pasar… puedes.

Manolo se palmó la frente. —… Bueno, el verbo y el objeto ya los tienes, bicho de feria. Vas progresando adecuadamente. Ahora, demuestra esa Fuerza tuya, pero bien dirigida. Coge el sacho, y en vez de querer doblar la realidad con la mente, dobla el cable con los brazos. Esa es la fuerza universal que manda aquí.

Echó una mirada al fondo del desguace, donde el Verdino —aquel gigante esmeralda hipervitaminado que Manolo insistía en presentar como "un sobrino de Ponferrada que se pasó con los batidos de proteínas"— estaba apilando contenedores como si fueran piezas de Lego. —¡Ouye, Verdino! —bramó Manolo—. ¡Deja de jugar con los ferros y tráete una banqueta para el Gusiluz, que se nos va a herniar de tanto pensar la frase! Mira y aprende, bicho verde: este será canijo, pero para pelar el cable fino tiene unos dedos que parecen pinzas de marisquero. Entre tus riñones y su paciencia, aquí me monto yo un imperio del reciclaje en tres domingos.

Y así, el Maestro Yoda, diagnosticado con dislexia intergaláctica y apodado “el Gusiluz” por el Cuñado Omega, se puso a sacar cobre bajo una tutela férrea. Aprendió que el verdadero camino al lado luminoso empieza con las palabras en orden y termina con un cocido que te devuelve el alma al sitio, carallo.