lunes, 9 de septiembre de 2019

El curso

Nueve de la mañana. Una academia en el centro de Madrid, y 10 personas sentadas en sillas que forman una “U”. En la base de la U, un señor con traje trabaja silenciosamente en una cámara de video. En el extremo opuesto, una tarima elevada.

Estamos en el “Curso de Presentaciones Eficaces”. El nombre es tan rimbombante que seguro que nos convertiremos en ejecutivos agresivos.
Nos conocemos de vista -somos de la misma empresa-, pero nadie dice nada. Nos miramos esperando acontecimientos.

El de la cámara termina, pasa lista desde el centro de la sala, y nos anuncia que vamos a salir uno a uno a la tarima a presentarnos mientras nos graba en vídeo. Como cerdos al matadero. Tenemos tres minutos para presentarnos y contar quienes somos. Afortunadamente no fui el primero, por lo que tuve algo de margen. A unos les tembló la voz y a otros nos temblaron las manos, pero todos pasamos por el aro. La experiencia nos permitió conocer el ridículo en primera persona del singular.

Mientras llegaba mi turno, me fijaba en lo que hacían los demás para intentar aprender. Me di cuenta de que el discurso era uniforme: –Hola, me llamo Pepe, y trabajo en el departamento de no-se-qué dirigiendo cosas muy importantes. Antes estuve en el departamento de no-sé-cuantos y también dirigía cosas muy importantes-. Todos directivos con grandes responsabilidades. Ratas de moqueta con currículos espectaculares.

Eso del currículo siempre me ha gustado. Compactar la vida laboral en pocas líneas es todo un reto. Si lo haces bien, cualquier analfabeto te podrá juzgar -y descartar- en diez segundos. 
Lo curioso era que, aunque nadie lo había pedido, las presentaciones se ceñían exclusivamente a logros laborales. La vida personal, gustos o aficiones, no aparecían. Me molestaba ver tan claras las prioridades de mis compañeros.

Por eso me presenté diciendo algo distinto: -Hola, me llamo X. Leo libros y colecciono comics-. Supongo que sonó extraño porque me prestaron tanta atención que la sala pareció oscurecerse.
Creo firmemente que para presentarme, la vía más adecuada es contar lo que me hace disfrutar, no lo que hago. Porque lo que hago, trabajar, es una mera circunstancia a la que me veo obligado. Si mañana me toca la lotería, dejaré de trabajar, pero nunca de leer o coleccionar comics. Mi currículo pasará a un plano secundario.

Intenté explicarlo, pero me miraban como si fuese gilipollas. Da igual. Me quedé muy a gusto. 

Después del curso nada cambió. Mi presentación siguió siendo ineficaz. No tanto por la forma sino por el fondo, porque lo pintes como lo pintes, hay cosas que no gusta oír. Mientras tanto sigo aquí, mano sobre mano, esperando a que toque la lotería para ser yo mismo 24 horas al día.

* - Como todo lo que publico aquí, se basa en una experiencia real. Así me presenté, y así me fue...