El estadio vibraba, el aire olía a cerveza caliente y a sudor rockero, y Angus Young nos tenía poseídos con sus riffs. Pero, amigo, la vida siempre guarda una sorpresa... y no precisamente un solo de guitarra.
Estábamos ahí, gritando como posesos, cuando noto un chorrito cálido y sospechoso salpicándome la pantorrilla. Miro a Manu, que tiene la cara de quien acaba de ver a su suegra en tanga.
"¿Qué cojones?", balbucea. Buscamos el origen del diluvio: ¿un cubata traicionero? ¿Una manguera rota? ¡Nada! Manu, más observador, clavó la vista en la chica delante de nosotros. Ella nos lanza una mirada a medias entre el remordimiento y la fuga. Su novio, con pinta de ex boxeador en huelga de higiene, la agarró del brazo y la arrastró hacia la multitud como si acabara de incendiar un orfanato.
—Hermano —susurró Manu—, nos han bautizado en nombre del rock.
¡Nos habían regalado una lluvia dorada! Sí, señores, un bautismo rockero de proporciones bíblicas. No sé si fue el éxtasis del concierto, la cola infinita para los baños o un ataque de rebeldía urinaria, pero aquella desconocida decidió que éramos su lienzo. Manu, entre risas y un escalofrío, suelta: "Tío, esto es más heavy que el solo de Thunderstruck".
Intentamos seguir cantando, pero cada salto era un recordatorio viscoso en las zapatillas. "¡Nos han meado como a dos geranios en un tiesto!", gritó Manu, y nos reímos como si aquello fuera lo más natural del mundo en un concierto de AC/DC.
Al final, brindamos con lo que quedaba de cerveza, empapados de gloria (y algo más). Porque, oye, ¿quién necesita un bis cuando te han dado un chapuzón legendario?
Desde entonces, cada vez que suena “Thunderstruck”, miramos alrededor y nuestras piernas tiemblan por razones que nada tienen que ver con la emoción.
MORALEJA: Si vas a un concierto de AC/DC, lleva chubasquero y botas de agua. Y para ellas, pañales.
PD - La historia es real como la vida misma.