sábado, 10 de agosto de 2019

La crisis de los 40


Decía Víctor Hugo sobre el paso del tiempo: "El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes, es la oportunidad”.





Se acerca el otoño. Los días se acortan y he vuelto a cumplir años, tarea que empieza a resultar tediosa.

Creo que estoy envuelto en la crisis de los 40. Este verano he sentido un punto de inflexión tan salvaje que he escuchado nítidamente como me crujía el alma. Resulta que esto no aparece justo el día en que soplas 40 velas. Sucede cuando empiezas a analizar qué es lo has hecho hasta ahora y lo que te queda por hacer: básicamente lo que has hecho para ser feliz, completamente feliz. Y libre, completamente libre de horarios y espíritu.

Muchas veces pienso en el retiro y la jubilación como momentos para lograr la ansiada paz interior y el tiempo para nosotros y los demás que tanto necesitamos. Pero en otras ocasiones veo el ejemplo de otros que han hecho cosas distintas y los envidio: como ese compañero inadaptado que lo dejó todo -trabajo, amigos y casa- para irse a vivir a un cortijo junto al mar. Y allí sigue, dedicado a la pesca y a sus olivos. Feliz. Más joven que cuando se fue.

Y cuando entro en esa espiral de dudas acabo recordando algo que me sucedía cuando iba a trabajar en coche. Todas las mañanas, mientras amanecía, atravesaba un puente sobre un tráfico denso. Y veía en el horizonte un evocador cielo sonrosado.  Y pensaba en pasarme el desvío que iba a mi oficina y coger el siguiente, el que lleva a las montañas y al mar... Pero nunca lo hice. 
Ahora, mayor ya,  me pregunto si debería haberlo hecho. O mejor, si debo hacerlo.

Porque la vida es ahora.  Y siento que hay dos tipos de cansancio: uno es la extrema necesidad de dormir, y el otro es la extrema necesidad de paz. Estoy en el segundo tipo.
Quizá le doy demasiadas vueltas a las manchas de humedad de la memoria y olvido la base, que la vida es (justo) ahora.

miércoles, 7 de agosto de 2019

La tele

Estoy de Rodríguez. Echo de menos a mi hija, pero a modo de compensación disfruto de pequeños placeres  como ver la tele.

Ayer por ejemplo, me escapé del curro a las 15.00 h, y a las 16.00 ya me encontraba frente a la tele con una birra fresquita en la mano. Armado con el mando a distancia me puse a recorrer canales. Aluciné. La televisión parecía un coto privado de mariquitas cotillas que se autodenominan periodistas. Cambié insistentemente de canal, siempre con el mismo resultado: maricas ignorantes pastoreando gentuza aún más analfabeta que ellos. Los programas no tenían tema definido, pero sí una mecánica similar: escarbar en vidas ajenas para despedazar al personaje, demostrando que la estupidez va de la mano de la ignorancia. Todos tenían razón y defendían su postura, fuese la que fuese, chillando como energúmenos.

No pude evitar acordarme de un documental que vi hace años. Un astrónomo afirmaba que las señales de radio y televisión, al viajar a la velocidad de la luz, serían con seguridad las primeras huellas que llegarán a una civilización marciana. Si por casualidad fuese nuestra tele, llegarían a la conclusión de que La Tierra está poblada por habitantes amanerados, vociferantes y poco leídos. Qué coño, sabrían que hay vida, pero la inteligencia estaría por demostrar.

Mi asombro creció al ver simultáneamente en varios canales a una tertuliana de una ignorancia sonrojante, demostrando una ubicuidad que para sí quisieran los políticos en campaña. Mira que ha pasado gente y gentuza por la tele, pero lo de ahora llega al esperpento. Cuanto más ignorante y brutal el tertuliano, mejor. En mi rato de televisión he visto como a esos “periodistas”, pagados como directivos de grandes empresas, se les fundían los plomos cuando les preguntaban por la capital de un país cualquiera.

Lo malo es que estos individuos -por llamarlos de alguna forma-, ya son un modelo cultural, un ejemplo de triunfo construido a base de hacer públicas las más secretas intimidades horizontales.
Si tuviese 20 años también me plantearía para qué cojones sirve estudiar si estos tíos, adinerados y fiesteros, lo último que han leído ha sido Blancanieves. Debían ir con una mano delante y otra detrás pero, a mi pesar, son los nuevos yuppies. Y no les culpo. El modelo existe porque encendemos la tele y elegimos un canal y un programa concreto. La culpa no es del canal, sino nuestra. No existe la televisión basura: existe el espectador basura.

Como consuelo, hay un remedio de fácil aplicación. Es de color rojo y se encuentra en la parte superior izquierda del mando a distancia. Podemos cambiar las cosas con sólo pulsarlo. 
Hagámoslo. Porque si vemos que hoy día cualquiera es periodista, por algo será. Apuesto que no llegará el día que todos seamos ingenieros.

martes, 6 de agosto de 2019

Control + Z

Madrid en verano. Un calor de esos que cuando miras la calle parece bambolearse a lo lejos.

Mi hija alivia este infierno en una piscina de goma mientras mis sueños paternales me hacen rodear con bolígrafo anuncios de chalets con piscina. Es la androgenia que me grita al oído que mi mujer y mi hija merecen nadar en una piscina de verdad mientras tomo cervezas aderezadas con el sonido de carcajadas y chapoteos.

Choca con mi exiguo salario, pero soy positivo. Las cosas van encajando, y si después de todo lo que he pasado soy feliz en el trabajo ¿porqué no un chalet con piscina?

Mis días discurren entre complejas tablas Excel que no terminan de cuadrar, cifras con vida propia y mi Santo Grial: una función sencilla -pulsar Control y Z-, para volver atrás y deshacer destrozos. Coño, que cuando todo está bien hay que dejarlo estar. Los equilibrios hay que recomponerlos.

Tan alambicada introducción viene a cuento por mi hija y sus cinco dulces años. Y también por las lágrimas que me asoman cuando recuerdo ciertas cosas de su mundo especial.

Hoy, cenando los tres, mi hija ha elegido un postre distinto al que quería. Ha pedido un helado con forma de elefante con la trompa hacia arriba: mi símbolo de la suerte.
Cuando lo ha traído el camarero, mi hija me lo ha entregado y me ha dicho: -papi, lo he pedido porque sé que te gusta y quiero que te dé suerte-. Y yo, blandengue hasta lo peliculero, me he emocionado. Mucho. 
He agarrado su diminuta cintura y la he besado mil veces mientras prometía que si el elefante funcionaba quería ganar la lotería para comprar un chalet con piscina. Para que pueda nadar feliz con su madre. 

Se ha quedado pensativa con la mirada perdida y reflexionando en profundidad. Ha cogido el elefante entre sus manos y se ha alejado un par de pasos. Ha vuelto lentamente y con seriedad me ha dicho:
- papi, lo importante es que estés aquí, con nosotras- mientras ponía su elefante encima de la mesa. Se me encendían los ojos de lágrimas. Su pureza de sentimientos me abate, me descompone.

Pon favor, poned un Control-Z en mi vida. Porque quiero llorar, quiero volver a ese momento una y otra vez.

No se  puede decir tanto con tan poco.

Te quiero, hija. No merezco tanto.