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03 julio 2024

En el Diván



La curiosa paradoja es que cuando me acepto a mí mismo, puedo cambiar. 

Carl Rogers



Quiero compartir algo que a menudo se considera tabú. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que debo contarlo porque puede beneficiar a más personas.

Jamás pensé que terminaría en el consultorio de un psicólogo, pero ayer tuve mi primera sesión. Llegó un momento en el que me di cuenta de que algo dentro de mí no funcionaba bien, y la situación se volvía inasumible. Todo se me iba de las manos y no podía resolverlo por mí mismo.

Además, las circunstancias no eran las mejores: separado con una ex que saca brillo permanentemente a su motosierra, en período de vacaciones (la familia fuera) y destruido por no estar con la mujer a la que amo. Pero al igual que cuando nos duele una pierna vamos al médico, decidí buscar ayuda profesional.

Me sentía un poco intimidado. La imagen que tenía de la terapia era la típica de las películas: sala oscura con muebles de caoba, un diván y un hombre con barba y chaqueta de coderas tomando notas aburrido mientras le hablas de tus sentimientos y la relación con tus padres.

Afortunadamente la realidad era más llevadera. Al abrirse la puerta en lugar de una mazmorra oscura encontré un despacho amplio y luminoso. Las paredes eran de un blanco inmaculado, decoradas con cuadros abstractos. Y en vez del diván, una silla.

Me recibió una mujer joven y sonriente, con una energía cálida y acogedora. Sus ojos brillaban con una inteligencia y empatía que me tranquilizaron. No pude evitar una sonrisa: el señor de las coderas no estaba por allí. 

La terapia no se trataba de un interrogatorio tenebroso. Fue una conversación abierta, casi como una entrevista, en la que ambos hablamos por igual. Me hizo preguntas, compartí mis preocupaciones, planteó hipótesis y me hizo reflexionar. No me mostró dibujos raros para ver qué me parecían. Pero sobre todo, no me juzgó.

El acto de expresar todo lo que me atormentaba fue como ver una foto de mí mismo desde fuera, con una perspectiva más imparcial que la de un amigo. Y la conclusión, como ella dijo, es que no hay soluciones mágicas, pero sí ideas y estrategias aplicables a la vida cotidiana.

Me quedo con una de las claves que me dio: la estrategia más importante es mantener la esperanza.

Por todo eso creo que es hora de romper tabúes. Sé que algunos amigos también han acudido a un psicólogo cuando lo han necesitado, e intuyo que otros lo han hecho y no lo dicen.

Quizás no habría dado el paso si no fuese porque la mujer a la que quiero lo mencionó con total naturalidad. Y ahora me doy cuenta de que habría lamentado no ir, porque solo con dar el paso parece que la carga se aligera: has comenzado a luchar.

Así que lo cuento en voz alta. Puede ser una solución a cosas más relevantes de lo que parecen. 

Porque en ocasiones debemos pedir ayuda. Sin más.


18 mayo 2024

Los botones de la camisa

Llegó el día. Primera cena a solas en su casa. El miedo me atenazaba tanto que tuve que detenerme a tomar un bourbon para no tartamudear cuando la viera.

Subí a su casa nervioso. Un ramo de flores adornaba mi mano derecha mientras tocaba el timbre. La puerta se abrió y allí estaba ella, tan bonita como siempre, con esa sonrisa que tanto me gusta y que dejaba entrever felicidad. Nos abrazamos fuerte, con el cariño a flor de piel. De fondo, sonaba música tranquila que ella había elegido.

Me enseñó su casa, tan personal y bonita como ella. Rincones cuidados, adornados. Todo impregnado de su aroma, de su deliciosa presencia. Una terraza luminosa llena de plantas cuidadas con esmero.

Tomamos unas copas mientras reíamos a carcajadas. La complicidad hacía que cada conversación y cada tímida caricia fueran sencillas. Se sentó sobre mis rodillas y pude acariciarle la cintura. Y, al fin, besarla. Volví a ese beso de los 14 años en el que el alma se te escapa entre los labios. Porque, joder, la quiero. Eramos dos y ahora uno.

Desde ese momento todo fueron caricias y risas. Amor brotando a borbotones en cada palabra. Nos alimentamos mutuamente con las manos, alternando bocados con besos. Ella me acariciaba bajo la camisa mientras yo disfrutaba de sus firmes pechos.

Y al final, la cama. El lugar en el que siempre quise estar y del que ya no quiero salir. Hicimos el amor con cariño y ternura, notando nuestras pieles y disfrutando de largos abrazos. El destino nos había traído donde siempre debimos estar. Pasamos horas tumbados, acariciándonos, hablando e interrumpiéndonos en casi todas las frases con besos incontrolados. Hablamos como sólo pueden hacerlo los que se aman de verdad.

Nos vestimos entre risas buscando la ropa por el suelo de la casa.

Y allí, en ese momento, robándonos besos el uno al otro mientras acariciaba su cintura y ella me abotonaba la camisa, supe que era ella. Que la quiero con toda mi alma. Que ella es el sitio al que siempre me dirigí. 

Te haré café, te despertaré con caricias y me ayudarás a abotonarme la camisa mientras te interrumpo con besos. Nos daremos más felicidad de la que podamos soñar.

Porque mi mundo está allí. A tu lado, mi amor.

Te quiero.