Nada más entrar, dejó el Bat-Coche en doble fila. Con las luces puestas. Sin mirar atrás.
Ahí lo vieron.
No se acercaron de golpe.
Las Charos nunca se acercan de golpe. Primero miran. Y mientras miran, ya han decidido.
— Mira tú, si no es el muchacho ese de las pelis…
— Sí, el de negro. Siempre tan serio.
— Mucha oscuridad para un pueblo tan soleado.
Batman se giró al oírse señalado.
— Yo solo intento mantener la ciudad a salvo.
— Ya, claro —dijo una, sin levantar la voz—. Siempre es eso. Salvar. Pero desde la violencia y el machismo...
— ...Y desde el silencio —añadió otra, como completando la frase—. Ni un "buenos días".
Batman bajó del Bat-Coche, todavía confiado.
— Es una emergencia.
— Todo es una emergencia cuando eres tú el que decide —dijo una.
— Y cuando te permites aparcar así —remató otra, señalando la doble fila.
— Además —continuó una tercera—, esa cara… eso es tensión acumulada.
— Mira, cariño —le dijo, ya más cerca—, si vas a salir por ahí a proteger, ponte al menos crema hidratante. Esa piel está pidiendo auxilio.
— Con ese antifaz —apuntó otra con tono de experta— solo te proteges la identidad, no el contorno de ojos.
Batman parpadeó.
— Yo trabajo de noche.
— Ya —respondieron casi a la vez—. Eso no ayuda.
— Ni al descanso.
— Ni a gestionar emociones.
— Ni a la convivencia. ¿Quién hace la compra? ¿Quién lleva la ropa a lavar? ¿O es que en la Batcueva hay un sistema patriarcal de sirvientes?
Desde el fondo de la calle se oyó un eructo largo y orgulloso.
— Buaaaaarp.
— ¿Ese no es Manolo? —preguntó una, sin girarse.
— Sí —respondió otra—. El de siempre. Pero fíjate: no molesta, no ocupa, no impone.
Batman, por primera vez, desvió por una fracción de segundo su mirada de las Charos hacia el origen del sonido. No vio una amenaza. Vio a un hombre en paz con su digestión. La confusión fue más profunda que cualquier enigma del Acertijo.
Intentó reconducir.
— Vengo de Gotham. Allí lucho contra criminales.
— Importando métodos.
— Sin preguntar.
— Convencido de que aquí no sabemos organizarnos.
Charo Sororidad se cruzó de brazos.
— Mucha misión individual y cero red. Eso no es heroicidad. Es machismo con presupuesto.
Batman respiró hondo.
— Yo no discrimino.
— Claro que no. Solo decides solo.
— Ocupas espacio.
— Y bloqueas el autobús.
Otro eructo, más corto, como de apoyo.
— Burp.
Silencio.
Charo Gamma sacó el móvil.
— Mira, te voy a pasar el contacto de una amiga coach.
— Te va a venir muy bien para trabajar la culpa.
— Y el ego.
— Y esa necesidad de cargar con todo.
Batman dio un paso atrás.
— Yo voy solo.
— Eso no es fortaleza.
— Eso es no saber pedir ayuda.
— Y otra cosa —añadió una, ya casi con cariño—: ir solo por la noche no es seguro.
— ¿Has pensado en avisar cuando llegues a casa?
Batman apretó la mandíbula. No había Bati-argumento que valiera aquí. Su mano se desplazó al cinturón y activó el gancho con un chasquido de frustración.
— Huir es una respuesta típica del conflicto no resuelto. Y huir sin cerrar el diálogo también es muy masculino —le soltaron mientras se elevaba, balanceándose de forma poco elegante.
Antes de desaparecer, una última frase, dicha con calma:
— ¡Y quita el Bat-Coche de la doble fila!
Batman arrancó y se fue.
Las Charos se quedaron quietas un segundo.
— Se ha ido pensativo por nuestras indicaciones. Mucha masculinidad tóxica.
— Algo aprenderá.
Desde lejos, Manolo volvió a eructar. Esta vez satisfecho.
— Brrruuupppp.
— ¿Ves? —dijo una Charo—. Al final, el problema no era Gotham.
— Era venir sin escuchar.
Conclusión
Batman protege ciudades enteras desde las sombras.
Las Charos, en cambio, detectan fallos, señalan culpables y hacen pedagogía sin capa, sin gadgets y sin pedir perdón.
Y en Pantallazul, donde el autobús de las 8:30 no puede pasar porque hay un artilugio en forma de murciélago en doble fila, eso suele ser más que suficiente.
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