Manolo, el cuñado Omega, y su colega Roberto se adentraron en el templo del diseño sueco como dos gladiadores entrando en la arena. Pero en lugar de espadas, llevaban el carnet de la biblioteca (para medir los tornillos) y la app de la tienda de bricolaje rival (para comprar precios).
—Oye, Roberto, mira esto, home —dijo Manolo, deteniéndose frente a un expositor de un sofá llamado «LÖSKED»—. Un sofá «LÖSKED».¿en qué lingua está, meu rei? ¿En sueco o en el de la factura de la luz? Porque parece la onomatopeya que hace mi espalda cuando me levanto.
—Es que no tienen nombres de personas, Manolo. Esto debería llamarse «Sofá Antonio». O «Sillón de dos plazas y media Concepción». Así sabes lo que compras.
El objetivo era una estantería modelo «BILLY», pero de color blanco hueso. Un clásico. Pero Manolo no quería una «BILLY» cualquiera. Quería optimizarla.
—Mira, Roberto, a «BILLY» estándar esa ten unha capacidade de carga de 25 quilos por balda, pon aí —explicó Manolo, señalando una etiqueta con el dedo mientras Roberto asentía, tomando notas mentales—. Pero si refuerzas los laterales con una lámina de contrachapado de 5 milímetros, y usas tacos de nylon en lugar de los de madera que trae, fácil le subes a 40. Lo leí en un foro de modelistas ferroviarios.
—Esos suecos nos toman el pelo —gruñó Roberto—. Venden el mueble y los tornillos por separado en la caja. Eso es como venderte un coche sin ruedas y las ruedas en otra provincia. Y encima tú mismo tienes que montarlo. ¿Dónde está el IVA que pagamos en eso? ¿En el sudor?
Tras una hora de debate en la sección de iluminación sobre si las bombillas LED «RYET» producían o no migraña a largo plazo («Es el parpadeo, Robertiño, es imperceptible pero el cerebro lo capta, te lo juro»), llegaron a la zona de cajas planas.
Y ahí, como un monstruo mitológico, estaba. La caja de la «BILLY» extendida. Medía más que Roberto tumbado.
—Esto no cabe en el coche —anunció Roberto, con la certeza de un físico nuclear.
—¿Que non cabe? ¡Hombre, por Deus! —Manolo se frotó las manos—. Iso é porque estás a pensar en modo «usuario», home. Tú piensa en modo «logística». Sacamos la caja del cartón, deslizamos los tableros sueltos en el maletero entre el kit de emergencia y el paraguas, y el cartón lo dejamos aquí mismo, reciclado. Hemos ahorrado espacio, peso, y le hemos hecho un favor al planeta. Los suecos, con su ecología de postal, no llegan a esto.
El proceso de carga fue un ballet de maldiciones sordas y golpes en el paragolpes del Renault Scenic. Pero lo consiguieron. Llegaron a la chabolade Manolo, y fue cuando comenzó el verdadero Apocalipsis.
Desplegaron las instrucciones. Un folleto sin palabras, solo dibujos de personajes sonrientes montando la estantería con una facilidad insultante.
—Isto é un xeroglífico, oiga —declaró Manolo—. No hay números. No hay texto. Es como si te dijeran «ensambla un reactor nuclear con emoticonos». Unha falta de respecto ao consumidor.
—Yo creo que el tipo de la primera página —señaló Roberto— se parece a mi cuñado Luis. Y ya es mala señal.
Manolo decidió ignorar las instrucciones. Él tenía un criterio superior.
—O paso un, que nunca o poñen, é separar todas as pezas e clasificalas por tamaño e número de buratos, ¿ves? Iso non o poñen. Porque si lo pusieran, la gente lo haría bien y non compraría otra cuando la primera se le tuerza.
Una hora después, el salón era un campo de batalla. Tableros, tacos, tornillos, la llave allen (que Manolo ya había despreciado por «poco ergonómica») y una nube de polvo de tablero aglomerado que olía a conflicto.
—Este tornillo Dübel 104 no va aquí —anunció Roberto, sosteniendo una pieza como si fuera un diamante—. Este es claramente para la parte trasera. Mira el agujero ciego.
—¡Erro garrafal, Roberto! —rugió Manolo—. El Dübel 104 es para el refuerzo horizontal superior. El de la parte trasera es el FIXA 105, que es 3 milímetros más corto. Si usas el 104 ahí, perforas el tablero y te queda la punta sobresaliendo como un diente de ajo. Y luego vas a querer pintarlo y no se va a adherir la pintura. Es una cadena de errores, Roberto.
Roberto miró el tornillo. Miró a Manolo. Miró el dibujo del sueco sonriente.
—Pues el sueco este calvo de la página 3 lo está clavando en el lateral.
—¡Porque el ten a versión do 2018, home! —tronó Manolo, triunfal—. En 2019 cambiaron el sistema de sujeción por una sentencia de la UE. Lo leí. ¿Tú non? Vaia, que é información pública.
Tras tres horas, dos cervezas y una llamada a un amigo fontanero para consultar una duda sobre apriete de tuercas, la «BILLY» estaba en pie. Se tambaleaba ligeramente, como si recordara con nostalgia los bosques de Suecia.
—Le falta algo —dijo Roberto, observando su obra.
—Le falta el alma —sentenció Manolo—. Pero ya se la vamos a poner.
Sacó una taladradora, cuatro escuadras metálicas compradas en el chino y un tubo de silicona profesional.
—Isto, á parede. Con tacos Fischer de 8 milímetros, en tapón de pladur con alma de acero. La dejo anclada para un terremoto de grado 7. Y le pongo esta moldura de poliuretano expandido aquí, en el canto, para que no se vea el feo de los cantos. Queda de lujo. Parece de customización profesional.
Al final, la estantería «BILLY» original había desaparecido. En su lugar había un armazón reforzado, anclado a la pared, con moldura y con un sistema de iluminación LED por USB que Manolo había reciclado de una antigua lámpara.
—¿Ves?, ¿Ves? —dijo Manolo, limpiándose las manos en un trapo—. O problema non é o moble, home. O problema é a falta de visión. Tú non compras un mueble. Compras un proyecto. Y un proyecto sin un director de obra con criterio es un accidente laboral esperando a ocurrir.
Roberto asintió, admirando la estructura que ahora parecía capaz de soportar la enciclopedia Británica entera.
—Tienes razón. Y además, nos ha salido un 30% más barata que la «BILLY» de alta gama que vimos. Y la nuestra es a prueba de bomba. Se lo deberíamos proponer a Ikea. Como línea «Cuñado Edition».
—Non, non, non —dijo Manolo, con un brillo de superioridad en los ojos—. Que se espabilen. Nós temos o know-how. Que nos paguen por él. Mañana llamo a un abogado para patentar el sistema de refuerzo con escuadra y silicona. Lo llamaré… Sistema M.
Y así, entre el serrín y los tornillos sobrantes, nacía una nueva leyenda cuñada. Porque para un hombre con una llave allen, una opinión y acceso a foros de internet, no hay mueble indomable. Solo proyectos mal explicados.
Dedicated to Roberto. The new IKEA King.

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