25 septiembre 2025

De Citas online y el concesionario de Shakira

Dicen que en la escala evolutiva del hombre moderno existen los pagafantas: esos que pagan copas con la esperanza de un beso. 

Pues bien… yo soy un nuevo tipo de homínido, un paso por detrás: ni siquiera he llegado a pagafantas. Soy algo así como el Australopithecus del ligue online. Un experimento de la naturaleza, un señor en fase beta.

Cuando me separé, pensé que lo más difícil sería aprender a cocinar sin incendiar la cocina. Pero no: lo complicado de verdad era sobrevivir en las citas por redes sociales.

Porque cuando empecé a salir con chicas, todo era sencillo: ibas a una fiesta, te presentaban a alguien, charlabas un poco, intercambiabas teléfonos fijos (¡fijos, sí, pegados a la pared con un cable!) y, si había suerte, después de dos semanas de llamadas interrumpidas por tu madre, conseguías una cita.

Hoy todo eso se acabó. El amor ya no se busca en plazas, bares o discotecas: ahora se encuentra en aplicaciones que parecen diseñadas por brókers de Wall Street. Empujar contacto a la izquierda, empujar contacto a la derecha… uno se siente menos Don Juan y más gestor de cartera, descartando acciones con una foto borrosa.

El cortejo de antes era:

—“¿Quieres salir conmigo?”

El de ahora es:

—“Acepto Bizum, PayPal y transferencia inmediata”.

Os cuento mis experiencias en este mundo, extraño para mi.

Primera cita.

Habíamos quedado en un bar. Chica buenorra y formal. Todo un partido. Cinco minutos antes de vernos me llega un mensaje suyo:

— Te envío una foto actualizada, para que me reconozcas.

Abro la foto y ahí me entero de que no era exactamente la chica del perfil. Digamos que la versión “actualizada” venía con 20 kilos y 20 años más. Fue como lo de Shakira: me cambiaron un Rolex por un Casio… ¡y también un Ferrari por un Twingo!

Aun así, me dije: “sé educado, disfruta la experiencia”. 

Tomamos algo, charlamos, todo dentro de lo normal… hasta que, de repente, me suelta:

—¿Me acompañas al centro comercial? Tengo que comprar unas cosillas.

Yo pensé en un pintalabios, un champú, algo sencillo. ¡No  Ja! Me vi de golpe en la sección de lencería, rodeado de tangas y sujetadores de todos los colores. Ella cogiéndolos a puñados y sujetándolos encima de la ropa para que le dijese qué me parecían. Yo con cara de alumno en un examen sorpresa.

Y en el momento de pagar… su tarjeta falla. Me mira con esa carita de “¿me salvas?”. 

Y ahí caí: yo, estrenándome en la soltería moderna financiando tangas que, spoiler, nunca llegué a ver en acción. Ni falta que hace.

Que no, que no te preocupes. Que la cajera se reía de mí. Por gilipollas.

Para rematar, al día siguiente me pide dinero para un pago urgente. 

Ahí puse punto final a mi carrera como sponsor involuntario de desconocidas.

Segunda cita.

Otra chica, guapísima en fotos. Dos mails después, me propone unas cuantas cochinadas y me manda un enlace. Yo lo abro pensando que era su Instagram…

¡y resulta que era su página profesional de escort!


Sí, escort: como el trabajo, claro… pero también como el coche de Ford. O sea, que con Shakira ya me habían cambiado un Ferrari por un Twingo, y ahora me querían colocar un Escort. ¡Mi vida sentimental parecía un concesionario de segunda mano!

Con tarifas, packs y hasta promociones especiales. Aquello no era amor, era Booking.com con extras.

Conclusión.

He comprendido que las citas modernas son otro planeta. Antes te rompían el corazón; ahora te rompen la tarjeta. Antes te pedían flores; ahora te pasan la factura.

Lo peor es que uno se siente perdido, como si lo hubieran soltado en la selva con una brújula rota. Porque el amor digital es como IKEA: entras buscando algo sencillo, sales con un montón de cosas que no necesitas y, lo peor, sin saber dónde está la salida.

Y en todo este zoológico emocional yo soy una nueva especie: ni pagafantas, ni pagabragas… yo soy el pagailusiones. Un homínido ingenuo que todavía cree que las citas empiezan con un café… y no con un plan de financiación.

Al final, mis intentos de romance parecen más un concesionario de ocasión que una vida amorosa: donde otros coleccionan recuerdos, yo voy acumulando coches de segunda mano. Que si un Twingo, que si un Escort… vamos, que en vez de encontrar pareja, ¡lo que me falta es que me ofrezcan la garantía extendida y un par de alfombrillas de regalo!


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