El Tao, por su parte, explica que todo en el universo se
sostiene en opuestos: el Yin y el Yang, el día y la noche, los que hacen dieta y los que disfrutan viéndolos sufrir. El equilibrio cósmico,
dicen.
Yo, que nunca he sido precisamente un éxito en lo sentimental, empecé a atar cabos. Si existe el doppelgänger, y el Tao insiste en los opuestos, entonces es lógico que haya un “doble guapo” y un “doble feo”. Uno que arrasa en Tinder y otro que borra matches en lugar de crearlos, como si el algoritmo mismo se riera.
Por pura estadística, sospecho que me tocó ser el feo. Porque, a ver, no puede ser casualidad: cuando entro a un bar, el ambiente baja tres puntos en entusiasmo. Pido un gin-tonic y me sirven agua del grifo. Las apps de citas me tratan como si hubiera firmado un contrato de invisibilidad.
Lo busqué durante semanas. Revisé fotos de perfil que parecían sacadas de pasarelas, coincidí con extraños en cafés y parques, y hasta me sorprendí saludando a un tipo en el metro solo porque tenía un aire sospechosamente familiar. Nada. Hasta que un día, caminando por la calle, lo vi reflejado en el escaparate de una tienda.
Mi mismo rostro… pero tuneado.
Mandíbula cincelada, sonrisa que podía reflotar la economía de un país pequeño.
Lo cité en un café. Cuando llegó, las sillas se giraron como
en los concursos musicales de la tele. Yo pedí un cortado; él pidió un agua con gas y consiguió que la
camarera le pusiera una rodaja de limón extra “porque sí”.
El silencio se volvió incómodo. La gente lo miraba a él,
claro, pero yo me aferraba al Tao. Si hay Yin, tiene que haber Yang.
Me quedé helado. Hasta que pensé algo que cambió el
tablero.
—Un momento. Si tú eres el guapo y yo el feo… entonces,
según el Tao, estamos condenados a necesitar uno del otro. Sin mí, tú no
brillarías.
Se levantó rápido, con esa prisa de los que temen que les
roben la cartera… o el destino.
Ahí entendí el giro final: no soy el doble feo. Soy el
ancla. El contrapeso. El que sostiene al guapo para que exista. Y en cierto
modo, eso me convierte en alguien indispensable. El Yin que le da chicha a su
Yang.
Así que sí, puede que no ligue. Pero cada vez que alguien
suspira por él, debería darme las gracias a mí. O un beso. O algo. Yo soy el héroe anónimo del
atractivo ajeno.

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